Cristo no se agradó a sí mismo.
Romanos 15:3, RVA 2015
Toda persona que contemple la vida de Cristo, tarde o temprano llegará a la conclusión de que el cristianismo es, en esencia, un renunciamiento al yo para poner en primer lugar a Dios. El propio Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mat. 16:24). Y él, desde su encarnación hasta su muerte en la cruz, renunció al yo.
“Cristo no se agradó a sí mismo”, nos dice Pablo. Jesús no hablaba para expresar su propia opinión (cosa que a nosotros nos gusta tanto hacer), sino que solo decía aquello que el Padre le indicaba que dijera.
Jesús no actuó conforme a su gusto personal, sino que vino a hacer la voluntad del que lo envió. Incluso sus necesidades físicas fueron siempre pospuestas cuando se trataba de cumplir la voluntad de su Padre. Esta actitud la resumió él mismo cuando dijo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió” (Juan 4:34, DHH).
Toda la existencia de Jesús estaba orientada a renunciar a sí mismo para llevar a cabo la misión que el Padre tenía para él. ¿Y tu existencia? ¿Hacia qué está orientada? ¿Hacia lo que te gusta? ¿Hacia lo que te da beneficios económicos? ¿O hacia el propósito de Dios para ti?
La vida de Jesús llegó a un punto tal de renunciamiento propio que ni siquiera hacía planes por él mismo, sino que aceptaba los planes de Dios para él, y diariamente el Padre se los revelaba. Jamás su familia, su seguridad, sus amigos, su satisfacción personal, ni aun los ataques de Satanás, lograron que pusiera a Dios en otro lugar que no fuera el primero.
Si alguien podía darse el lujo de cumplir sus deseos, ese fue Cristo (lo merecía y tenía el poder para lograrlo); si alguien pudo seguir sus propias ideas, su propio camino, sus propios impulsos, ese fue Jesús. Sin embargo, escogió negarse a sí mismo y vivir no para agradarse, sino para obedecer hasta el fin. Al contemplar su vida, no podemos menos que sentir agradecimiento y hacer algo con esa gratitud: negar también nuestro yo.
Jesús quiere que rechaces un estilo de vida egoísta, porque estar al servicio del yo te impide ponerte al servicio de Dios. Con su vida, más que con sus enseñanzas, Jesús mostró que la victoria más preciosa que podemos ganar es la que obtenemos sobre nosotros mismos. ¿De qué otra manera podríamos imitarlo, que no sea alejándonos de toda forma de egoísmo?