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Templos vacíos

¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste! Vuestra casa os es dejada desierta.

Mat. 23: 37,38

Siempre me conmueve este grito de dolor, salido del alma del Maestro, al despedirse de ese pueblo al que tanto amaba y que lo había rechazado. «Vuestra casa» refiere sobre todo al templo, esa morada favorecida sobre otras por la presencia divina, que queda desierta, vacía, deshabitada como toda alma que se aparta de Dios.

Aquel templo quedó vacío, y hoy, en el oeste de Europa donde vivo, cada vez me encuentro con más templos desafectados. Docenas de iglesias cristianas se han transformado en museos, bibliotecas, librerías, y hasta en bares, restaurantes, discotecas, tiendas y residencias de lujo. Incluso en Roma, sede mundial de la Iglesia Católica, un restaurante, Sacro e Profano, ocupa hoy lo que fue durante siglos una iglesia medieval. Y en la también muy católica Friburgo (Suiza), la iglesia Regina Mundi ha sido vendida a la Universidad para utilizarse como biblioteca, y partes del convento de Cordeliers y del de la Visitación han sido transformadas en apartamentos.

Forzadas por una pérdida de la fe y una secularización imparables, las autoridades religiosas del mundo occidental se ven obligadas a dar nuevos usos a sus edificios de culto o a venderlos al mejor postor.

En la tradición católica, cuando una iglesia o capilla es desafectada, suele ser desacralizada en una ceremonia litúrgica en la que se retiran las reliquias e imágenes sagradas para ser preservadas en algún otro templo. Pero la cosa todavía es más fácil de gestionar en la secularización de los templos protestantes, ya que, según la teología reformada, los templos no son considerados lugares sagrados del mismo modo que en el catolicismo (Patricia Briel, «Des églises bones à tout faire», Ginebra, Le Temps, 26 de febrero de 2007, https://www.letemps.ch/societe/eglises-bonnes-faire).

Triste destino el de estos lugares de culto en los que durante siglos los cristianos han acudido para encontrar a Dios y que ahora dan la espalda a su primera razón de ser. Es cierto que Jesús ya advirtió a la mujer samaritana que los lugares de culto sacralizados por el uso no son capaces de encerrar a Dios: «Créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. […] Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren» (Juan 4: 21, 23).

Señor, no dejes nunca desierto el templo de mi corazón.