Otra vez lo llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos.
Mateo 4: 8
El enemigo de Dios se había adueñado de la creación desde aquel día, cuando Adán y Eva perdieron su dominio tras desobedecer la orden divina. Por muchos años creyó en su propia mentira de que la tierra le pertenecía y, aprovechando la aparente debilidad de Jesús, le hizo una oferta barata.
En medio oriente, el acto de postrarse ante una persona es símbolo de reverencia y obediencia, y el diablo pretendía que el Hijo de Dios, el verdadero dueño del mundo y los que en él habitan, cambiara su obediencia al Padre celestial y la rindiera a él. Un acto aparentemente simple, que no costaba sacrificio alguno ni sufrimiento, tan solo un acto de adoración a la persona equivocada. El diablo sencillamente quería hacer un negocio tramposo.
Queda claro que tener posesiones materiales no es infracción de la Ley. Dios es el dueño del oro y la plata, y es normal que como sus hijas recibamos sus beneficios; sin embargo, hay un peligro inminente cuando buscamos los bienes y riquezas traicionando nuestros principios.
George Beverly se vio obligado a dejar sus estudios universitarios debido a la falta de recursos en el hogar, por lo que buscó un empleo como conserje. Cantando para emisoras cristianas, recibió una fabulosa oferta de trabajo que prometía generosas ganancias si cantaba con los Lynn Murray Singers, un grupo musical reconocido de la época. George rechazó la oferta porque no estaba dispuesto a cantar en un grupo secular.
Cierto día encontró en su piano un poema de Rhea F. Miller que su madre le había dejado y con el cual se sintió identificado. Inmediatamente, supo que era una respuesta del cielo, se sentó al piano y le puso melodía al poema que dice así: «Prefiero a mi Cristo, que al vano oropel, prefiero su gracia a riquezas sin fin. A casas y tierras prefiérole a él; será de mi alma fuerte paladín. Antes que ser rey de cualquier nación y en pecado gobernar, prefiero a mi Cristo, sublime don cuál el mundo no ha de dar».
La buena noticia es que al preferir a Cristo y rendirle solo a él nuestra adoración, juntamente con nuestra fidelidad, vendrán las bendiciones que necesitamos. No demasiadas para que no nos olvidemos de Dios, y no pocas para que no desconfiemos de él.