¡Qué dulces son a mi paladar tus palabras! Son más dulces que la miel.
Salmo 119:103.
Escuché la historia de un muchacho de unos ocho años que decidió hacer un proyecto diferente. Leyó que muchas especies de abejas estaban muriendo; y no pueden entrar en extinción. También descubrió, en su iglesia, que incluso los niños pueden hacer algo para ayudar al semejante. Entonces unió esas dos inquietudes de su corazón y decidió aprender el arte de la apicultura, que es la producción de miel.
Su familia apoyó la idea y pronto comenzó la producción, con todos los cuidados necesarios. La miel es algo delicioso, pero todo lo que el niño estaba cultivando no sería para hacer dulces para su familia: ¡él ya tenía un plan! Con la venta de la miel, podría ayudar a niños en necesidad.
Ese niño comprendió que la dulzura de la vida no está en las golosinas, sino en vivir como Cristo enseñó: con amor y bondad por las demás personas.
Mi oración: Papá del cielo, ayúdame a hacer que el día de alguien sea más dulce y feliz.
Dulzura: Sabor agradable, como té de cedrón del patio de la abuela o un beso de mamá en la lastimadura de la rodilla.