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Adorar como Dios manda

«Nuestros padres adoraron en este monte, pero vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar». Jesús le dijo: «Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos […]. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores, busca que lo adoren».

Juan 4: 20-23

La ciudad de Sagunto, en la que vivo ahora, tiene como «santos patronos» a Abdón y Senén, cuya festividad se celebra el 30 de julio de cada año, desde 1644. Dicen las crónicas que, ese año, esta zona, llamada «Camp de Morvedre», sufría una dañina plaga de langostas, que fue detenida gracias a la invocación de estos santos. Sin embargo, popularmente la gente los llama «sants de la pedra», porque los agricultores de la zona se acogen a ellos para proteger sus cultivos de las tormentas de granizo («pedra» en lengua local).

Lejos de mí está criticar la fe de mis queridos conciudadanos. Pero la cuestión es que los historiadores dudan de la real existencia de dichos santos, hasta el punto de que la propia Iglesia Católica los eliminó de su santoral oficial. Eso significa que muchos creyentes veneran a santos… de los que no están seguros ni siquiera de que hayan existido.

Jesús también se encontró con una persona que no estaba muy segura de que su adoración fuese acertada. La mujer samaritana dudaba de la validez de su adoración, porque su entorno discutía sobre el lugar donde se debía rendir culto a Dios: los samaritanos alegaban que Dios solo escuchaba sus plegarias desde el monte Gerizim y los judíos insistían en que Dios atendía a los orantes especialmente en el templo de Jerusalén.

A esta mujer inquieta, Jesús le reveló algo sumamente importante, precisándole que, independientemente del lugar donde se rinde culto (y, sobre todo, muy por encima de cualquier intermediario humano), lo principal es a quién adoramos y cómo lo hacemos.

El verdadero crecimiento espiritual viene de la adoración dirigida a Dios (y no a los supuestamente santos), y su valor no está en el lugar en el que ocurre (aunque todos sepamos que hay lugares más propicios para a la adoración que otros), sino con qué espíritu la llevamos a cabo.

Señor, deseo adorarte, hoy esté donde esté, y que me ayudes a invitar a otros, a adorarte a ti solo, en todas partes, con la seguridad de que escuchas siempre nuestras oraciones sinceras, cuando las elevamos a ti «en espíritu y en verdad».

CON JESÚS HOY