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El camino de la ambición

El que ama el dinero, siempre quiere más; el que ama las riquezas, nunca cree tener bastante. Esto es también vana ilusión.

Eclesiastés 5: 10

Timothy Judge, psicólogo de la Universidad de Notre Dame en Estados Unidos, llevó a cabo una investigación donde descubrió que las personas ambiciosas tienden a tener carreras más exitosas y salarios más altos, pero esto no necesariamente se traduce en una mayor felicidad. Judge señaló que las personas ambiciosas «están predispuestas a lograrlo todo». Sin embargo, la ambición tiene un impacto negativo en la longevidad y la salud. En consecuencia, las personas ambiciosas pueden tener carreras más exitosas, pero esto no parece reflejarse en una vida más feliz y saludable».*

Para la publicación de su monografía, Judge colaboró con 717 personas en diferentes etapas de sus vidas, incluyendo a algunas que asistieron a las mejores universidades y a otras que solo completaron la secundaria. Observó que la ambición se correlaciona con mejores resultados laborales y económicos, pero a expensas de la salud y la satisfacción personal. De hecho, notó que las personas ambiciosas tienden a fallecer a una edad más temprana.

Al revisar el estudio de Judge publicado en el Journal of Applied Psychology, llegué a la conclusión de que la ambición, en una medida saludable, puede ser un impulso para alcanzar metas significativas en la vida. Necesitamos la ambición para evitar caer en la mediocridad y crecer como individuos y sociedad. Sin embargo, en el versículo de hoy, Salomón nos advierte que la ambición desmedida, aquella que no tiene límites, nos conduce a una vida vacía.

Necesitamos ambición para crecer, pero también necesitamos sentirnos satisfechos; de lo contrario, terminaremos con sobrepeso de bienes materiales pero vacíos por dentro. Por eso, el Predicador concluyó que una vida controlada por la ambición es «una vana ilusión».

Estoy seguro de que hoy te embarcarás en la búsqueda de metas elevadas que te permitirán crecer como individuo. Te animo a que acompañes tus ambiciones con un sentido saludable de satisfacción. En las Escrituras, este sentido de satisfacción se presenta como un don de Dios.

Él es el que sacia de bien tu boca» (Salmos 103: 5, RV95). David dice del Señor: «Abres tu mano, y con tu buena voluntad satisfaces a todos los seres vivos» (Salmos 145: 16). Así que no importa cuál es tu deseo, hoy Dios puede saciarlo. Por último, en Salmos 91: 16 Dios promete saciarnos doblemente: mediante una larga vida aquí, en la tierra y mediante la salvación, en la eternidad.