Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: «Os es necesario nacer de nuevo».
Juan 3: 6-7
El nuevo nacimiento al que Jesús nos invita es un completo renacimiento espiritual. Curiosamente, el adverbio anothen utilizado en este pasaje se puede traducir por «de nuevo» como por «de lo alto, de arriba». Parece que el evangelista lo haya escogido deliberadamente por esa razón, porque no se trata simplemente de nacer otra vez, sino de entrar en una realidad espiritual nueva.
Los seres humanos estamos marcados por la finitud de este mundo tan alejado del ideal divino, y no nacemos totalmente «vivos» con la existencia que Dios había querido para nosotros. Desde que llegamos a la vida, llevamos en nuestro ser un germen de muerte.
Nacer «de arriba» es nacer de Dios. Es alcanzar la plenitud humana al recuperar la dimensión espiritual que habíamos perdido. Es liberarnos del tupido cascarón que nos envuelve haciéndonos creer que este mundo que nos rodea es la única realidad. Nacer de arriba es comenzar a vivir plenamente, ya que es abrir los ojos a la luz de otra existencia, más profunda. Es descubrir al volver a conectarnos con Dios, incluso los límites de nuestra vida pueden ser trascendidos. Porque si no somos nuevas criaturas, somos «criaturas» a secas.
A nosotros, igual que a Nicodemo, nos cuesta entender que Dios pueda cambiar nuestras actitudes respetando nuestra libertad; que tenemos infinitamente más garantías de éxito si, en lugar de renovar nuestra vida a partir de nuestros ideales y recursos humanos, lo hacemos con recursos divinos. La idea de dejarnos remodelar por Dios es menos absurda que la de tratar de transformarnos por nuestros propios medios.
Al apartarnos de la fuente de vida, los seres humanos nos condenamos a muerte. Nuestra única posibilidad de sobrevivir a este mundo mortal es conectar nuestra finitud con la eternidad. En ciertos partos amenazados de muerte, la única opción es una intervención quirúrgica. Del mismo modo, nosotros solo podemos ver la luz espiritual que necesitamos mediante la intervención del cirujano «de arriba». Solución radical, pero en aceptarla reside nuestra salvación. Porque Dios no exige lo imposible, sino que propone lo inimaginable.
El nuevo nacimiento no es algo que se nos pide, sino algo que se nos da. Nadie puede darse nacimiento a sí mismo. Para nacer se depende siempre de otros. La experiencia del nuevo nacimiento se parece al parto físico hasta en el hecho de que rara vez ocurre sin dolor.
Señor, dame el renacimiento espiritual que necesito.