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Jesús nos enseña a trabajar

¿No es este el carpintero?

Marcos 6: 3

En muchos países, hoy, primer día de mayo, se celebra el Día Internacional de los Trabajadores, también conocido como el Día del Trabajo. Es la fiesta más significativa de los diferentes movimientos obreros a nivel mundial. Este día se suelen reivindicar las diversas causas relacionadas con el mundo laboral.

Jesús de Nazaret fue durante muchos años un trabajador más en la Palestina del siglo I. Según los Evangelios, era carpintero (tektón), es decir, más un artesano de la construcción que un simple carpintero-ebanista (epiplopoiós). Como todos los jóvenes de su tiempo, debió de aprender el oficio desde niño, al lado de su padre (Mat. 13: 55). Lo más probable es que tuviese su modesto taller de aldea galilea en la misma casa en la que vivía.

Es probable que aceptase tareas puntuales fuera de Nazaret cuando escaseaba el trabajo en la zona. Hubiera podido trabajar, por ejemplo, en la reconstrucción de Séforis, en aquel momento la ciudad más grande de Galilea, a solo cinco kilómetros de su casa. Y también es probable que se ofreciese como bracero en los campos, cuando llegaba el tiempo de la siega o de la vendimia, y los terratenientes necesitaban jornaleros, a los que pagaban, como máximo, un denario diario (Mat. 20: 1-15).

Jesús se definía a sí mismo, en cierto sentido, como un obrero, hijo de un Dios también «obrero»: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Juan 5: 17). Sabía que es trabajar duro y lo que significa no tener trabajo. Las condiciones laborales eran penosas para la clase social a la que él pertenecía: jornadas de sol a sol cuando recibía encargos como pequeño artesano autónomo, o la ansiedad de esperar a ser contratado cuando trabajaba para otros. Su denario diario, junto a los de sus hermanos, era necesario para sostener la economía familiar, sin duda precaria.

Un día, sin embargo, decidió cambiar de actividad laboral. De artesano constructor pasó a ser maestro itinerante. Siguió construyendo, pero no edificios, sino vidas. Sus vigas ya no servían para erigir casas, sino para edificar su iglesia; sus yugos ya no estarían destinados a repartir cargas entre bueyes, sino para compartir las cargas de los abrumados por el peso de sus problemas.

Ese día Jesús, maestro novato, comenzó a cambiar el mundo. Y dos mil años más tarde, sigue trabajando duro en el intento.

Hoy, Señor, quiero que me enseñes a trabajar tan bien como lo hacías tú.