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Enemigos en casa

Así que los enemigos de uno serán los de su casa.

Mateo 10: 36

Ya lo había advertido Jesús.

Rara vez ocurre de un día para otro, pero acaba ocurriendo. Y el dolor del impacto, el desgarro del desenlace, suele ser proporcional al amor que hubo antes. Al principio no lo vemos venir. O lo vemos venir perfectamente, pero no queremos verlo. Nadie nos lo cuenta o si nos lo cuentan nos revolvemos contra el mensajero:

«Mi marido es incapaz de traición semejante».

«Mis padres nunca se divorciarán».

«No es posible que nuestro hijo haya llegado a esa situación».

«No pasa nada», nos decimos, pero sí pasa. Pasa lo más grave. Y lo peor es que ahora ya no tiene remedio.

«Se acabó el amor. No sé cómo ha sido, pero me he enamorado de X. Lo siento mucho, pero separarnos es lo mejor que podemos hacer».

» Ahí os quedáis. No os aguanto más. Hasta aquí hemos llegado».

» Tu religión o nosotros. De hoy en adelante ya no eres nuestro hijo».

«Porque cuando empieza el proceso, el fin ya es solo cuestión de tiempo. Llega un día en que todo es igual y nada es lo mismo. […] Un antes y un después. Un punto sin retorno. Puede ser una discusión, un disgusto, un despropósito que, por muy banal que parezca, se convierte en la puntilla. Pero antes vino la desgana, la desidia, el desinterés. El desdén, los desencuentros, los desaires, los desprecios. El desengaño, el desencanto, el desamor, el desastre» (Luz Sánchez-Mellado, El País, 7.6.2018, pág. 48).

En este mundo egoísta ocurre hasta en las mejores familias. En las relaciones de pareja, en las amistades, en cuestiones de herencia o en asuntos laborales, un día, de repente, después de habernos esforzado por ignorar las señales, o después de haber dejado pudrirse el rencor, de huir hacia adelante o de enterrar la cabeza bajo el ala, llega la decepción.

La persona que más queríamos ya no nos quiere. Y nosotros, sin hacer caso a las claras señales de alarma que anunciaban lo que se fraguaba detrás de nuestra espalda. ¿Podemos rehacer nuestra vida a partir de cero?

Mejor será hacerlo a partir de Cristo, sobre una base de amor que jamás nos va a traicionar.

Las luchas más dolorosas son sin duda las que nos enfrentan a nuestros seres queridos. En esos casos necesitamos la fuerza del amor de quien sabe por experiencia cómo superarlas.

Señor, hoy te agradezco el hogar que me has dado y te pido la empatía y el tacto que necesito para ayudar a otros a buscar tu ayuda para sus problemas.