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Pacificadores

Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios.

Mateo 5: 9

En el Sermón del Monte Jesús se presenta como el gran apóstol de la no violencia, es decir, de su plan divino para que aprendamos a convivir felices y libres en un mundo en paz: <Oísteis que fue dicho: «Ojo por ojo y diente por diente».

Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo niegues» (Mat. 5: 38-42).

No te quedes en el mismo plano que tu agresor. Corta el circuito de la violencia, aceptando, en el intento, si es necesario, un sufrimiento colateral. Haz reflexionar al violento.

Jesús vio con claridad que si aplicábamos al pie de la letra lo del «ojo por ojo» pronto acabaríamos todos ciegos.

No hace falta ser tan famoso estratega como Napoleón Bonaparte, ni un prestigioso psiquiatra como Freud, para observar que en el mundo hay dos fuerzas supremas: la de la violencia y la del amor, y que a la larga esta última es más eficaz. Porque no aspira a derrotar sino a unir. Quien tiene que recurrir a la fuerza para imponer sus ideas da a entender que su causa no se puede defender de otra manera. La razón del más fuerte no puede jamás, en última instancia, con la fuerza de la razón.

Aquí reside la belleza y la eficacia del programa de Jesús en favor de la paz. Él está pidiendo algo más que · la admirable resistencia del mártir; está pidiendo una fuerza muy superior a la de la venganza. No se trata de poner en fuga, de momento, al enemigo, sino de algo mucho más radical y permanente. Se trata de liberarlo de su saña, de su odio, de su ceguera, y de convencerlo de que la injusticia siempre es un error. El plan de Jesús no pretende eliminar al adversario, sino reconciliarlo con él (cf. Mat. 5: 43-48).

La bienaventuranza de Jesús no está destinada exactamente a los pacíficos, es decir, a los que se contentan con desear la paz (que ya es mucho), sino a los pacificadores, es decir, a los que se esfuerzan por conseguir la paz.

Hoy te pido, Señor, que tu amor inspire mi vida y me dé la fuerza que necesito para apoyar las causas de la paz que me conciernen.