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¿Termómetro, o termostato?

Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? […] Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen.

Mateo 5: 46-47, 44

En nuestro salón tenemos un termómetro y un termostato, asociados al sistema de calefacción. Cada uno tiene su función diferente: el termómetro nos indica la temperatura que tenemos y el termostato la regula, para cambiar la temperatura del ambiente.

Jesús nos dice en el texto de hoy que nosotros podemos tener actitudes muy similares a las de estos dos objetos. Si saludamos o tratamos bien solo a quienes nos saludan o nos tratan bien, estamos siendo meros termómetros del ambiente que nos rodea. Jesús nos invita a cambiar el ambiente del mundo, a crear un clima de amor diferente, a responder como termostatos al gran desafío de la vida, que es amar a quienes nos odian, hacer el bien a quienes nos maltratan y orar por los que desean nuestro mal.

Jesús desea que todos seamos termostatos a su servicio, agentes de cambio en nuestra sociedad y en nuestra familia. ¿Tarea difícil? Sin duda. Pero en las manos de Cristo tenemos poco que perder por intentarlo y mucho que ganar.

Cuando, como los termómetros, nos dejamos llevar arriba o abajo por las circunstancias, parece que lo tenemos muy fácil, pero a la larga acabamos lamentando nuestra propia cobardía. Cuando, como el termostato, nos ponemos al servicio de la armonía y del bien común, recibimos recursos para transformar el clima que nos rodea.

El amor que Dios nos da para compartir no depende de nuestro fluctuante estado de ánimo y menos aún del de quienes nos rodean. Nos permite saludar a quien no nos saluda y amar a quien no es amable.

Los estados de ánimo son tan variables como el tiempo. El amor que Dios nos ofrece «nunca deja de ser» (1 Cor. 13: 9). Nuestro campo de experimentación primero y más importante es el hogar. En los días soleados y en los grises. En la alegría y en la tristeza. En mis triunfos y en mis derrotas. En la salud y en la enfermedad. En la prosperidad y en la adversidad. Cuando repican las campanas de fiesta y cuando doblan las campanas de duelo.

Te necesito, Señor, para dejar de lamentar el ambiente que me rodea y empezar a mejorarlo.