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Probad los espíritus, parte I

Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.

1 Juan 4: 1

Corría el año 1853 y el ministerio de la joven Elena G. de White, con solo 26 años, tenía gran peso e influencia para la obra de la evangelización. En ese tiempo surgió una mujer que profesaba una extraordinaria santidad y hacía grandes esfuerzos para ser reconocida por los hermanos en Michigan. Muchos comenzaban a creer en ella, sin embargo, otros no tenían confianza en la predicación de esta mujer. Afortunadamente, Dios envió luz a su sierva y el caso fue descubierto.

El 11 de junio, después de que Jaime terminó de predicar, Elena se paró al frente y dijo: «Aquella mujer que se acaba de sentar en la puerta, afirma que Dios la ha llamado a predicar. Viaja con este joven que se sentó al frente, mientras que este anciano, su esposo, trabaja arduamente para proveer los medios que ellos usan para continuar con su iniquidad. Dios me ha mostrado que ellos están violando el séptimo mandamiento».

Todos los reunidos aquella mañana sabían que la hermana Elena nunca había visto a esas personas y nadie le había comunicado del caso, pero Dios le había dado el mensaje para proteger a su pueblo. La mujer se quedó sentada un momento y luego lentamente se puso en pie y con cara de santurrona dijo: «Dios conoce mi corazón». El 28 de mayo el Señor había mostrado que esta sería la respuesta de la mujer.

Durante su ministerio terrenal, Jesús mismo advirtió acerca de los esfuerzos que el enemigo haría para confundir las verdades puras del evangelio. «Probad los espíritus», aconseja más tarde el apóstol Juan. Y no ha habido un tiempo más peligroso que el que estamos viviendo para tomar en serio esos consejos. No podemos darnos el lujo de creer toda palabra que afirma ser enviada por Dios sin ponerla a prueba. Muchos creyeron en la predicación de aquella mujer quien desde un púlpito afirmaba ser mensajera de Dios, pero cuando nadie la veía, cometía adulterio con el joven que le acompañaba.

Seamos prudentes y no actuemos como niños ingenuos. Y para ello necesitamos depender únicamente de la gracia divina. La buena noticia es que Dios no dejará caer en el engaño a los de corazón sincero.