El temor de Jehová es el principio de la sabiduría; el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.
Proverbios 9: 10
Mileva Maric nació en 1875, con grandes habilidades en física y matemáticas. Para 1890 se graduó en esas materias con el mejor promedio y ello le favoreció para ser aceptada como estudiante en un colegio privado, donde se le otorgó un permiso especial para asistir a clases de física, ya que aquello solo estaba reservado para los varones. En 1896, estudió en Suiza en el Instituto Politécnico de Zúrich, donde conoció a un joven del que quedó enamorada. Ambos tenían la pasión por la física y ella le ayudaba con las matemáticas.
La vida de Mileva prometía mucho; estaba dotada de una gran inteligencia y todo indicaba que sería una gran científica. En 1901, las actividades con su novio pasaron de las cartas y los estudios de física a otro nivel personal, motivo por el cual pronto quedó embarazada. El nacimiento de su hija orilló a Mileva a dejar sus estudios y no pudo graduar en su doctorado.
En 1903, contrajo matrimonio con su novio, el padre de su hija, con quien tuvo más adelante otros hijos, uno de ellos con graves problemas de esquizofrenia y a quien dedicó toda su vida. El entorno matrimonial de la pareja pronto perdió su encanto y comenzaron los problemas, lo que la llevó a separarse de su esposo en 1913. Para 1919, firmó los papeles del divorcio para que su esposo pudiera casarse de nuevo.
En 1921, Albert Einstein, quien fuera esposo de Mileva, ganó el Premio Nobel y a él se le atribuye la teoría de la relatividad. Sin embargo, sus biógrafos discuten, por el contenido de las cartas que se enviaban, que el mérito fue más de ella que de él. Sin embargo, lo único que recibió fue la parte del dinero del Premio Nobel que Albert le dio. Murió en 1948 y su nombre ha sido escasamente nombrado en la historia.
Estoy segura de que esa no era la cronología que Dios quiso escribir para Mileva. Desde que nacemos tiene planes de bien y no de mal para sus hijos. Sin embargo, el confiar en nuestros propios caminos y nuestra propia inteligencia siempre va a llevarnos a un final que no hubiéramos deseado. No basta con ser inteligentes, los mejores destinos están formados por las decisiones que se toman con la sabiduría divina.