Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo estando tú y él solos; si te oye, has ganado a tu hermano. Pero si no te oye, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oye a ellos, dilo a la iglesia; y si no oye a la iglesia, tenlo por gentil y publicano.
Mateo 18: 15-17
Podría deducirse de este texto que, al final, todo tiene un límite. Hasta la paciencia divina llega a un término para el que ya no caben más plazos. Sin embargo, ese no parece ser el sentido de estas palabras de Jesús. Nada más lejos de la realidad, en su ministerio, que la exclusión por sistema. ¿Qué significa, en labios de Jesús, tener a alguien por «gentil y publicano»? ¿Excomulgarlo de nuestra comunidad? ¿Excluirlo de nuestro círculo de relaciones? ¿Relegarlo a nuestra indiferencia definitiva?
Esta expresión está tomada del lenguaje común de los judíos de la época para designar a un extranjero que no formaba parte del pueblo de Israel. Con el fin de no contaminarse por el contacto, algunos judíos evitaban a toda costa tener relaciones cercanas con no judíos.
Pero una actitud de este tipo no parece muy compatible con las actitudes de las que Jesús nos dio ejemplo a lo largo de toda su vida. Jesús, al contrario, nos mostró muy repetidas veces cómo tratar a gentiles y publicanos.
¿Cómo trató Jesús a no creyentes y a pecadores notorios, esos de los que habla en el texto que nos ocupa? Los relatos de los Evangelios nos muestran que los trató con más compasión, misericordia y acogida, si cabe, que a sus propios discípulos. Porque lo necesitaban más. Así que, para Jesús, al hermano descarriado, que se equivoca, que nos ofende, desorientado, confundido, y que es incapaz de atender a razones, tras intentarlo todo hay que tratarlo como a alguien a quien deseamos atraer a Dios, es decir, con más compasión, con más paciencia y con más amor, si cabe, que a nuestros propios hermanos.
Alguna vez me he encontrado en el grupo de los excluidos. Sé bien lo que se siente, y lo que se necesita en esos momentos. No es más exclusión, aislamiento o indiferencia. Es, más bien, comprensión, compañía y acogida.
Pues bien, ahí va el consejo de Jesús: «Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, pues en esto se resume toda la Biblia» (Mat. 7: 12).
Dame, Señor, el amor que necesito con los parecen alejarse de ti.