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Vivir como el ladrón

También llevaban a dos criminales, para crucificarlos junto con Jesús.

Lucas 23: 32

Aquel fue el viernes más negro de la historia de nuestro planeta. El Hijo de Dios colgaba de la cruz entre dos malhechores. Los soldados romanos le lanzaban burlas políticas, diciéndole «salve, rey de los judíos» (ver Mateo 15: 16-18, NVI). Los judíos le lanzaban burlas religiosas: «Salvó a otros; que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido» (Lucas 23: 35).

Entonces, repentinamente, los ladrones que se hallan a ambos lados empiezan a hablar. El primero se une a las burlas: «¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros!» (Lucas 23: 39); sin embargo, el segundo ladrón toma un camino diferente. Reconoce que él y su compañero son culpables y que Jesús es inocente (Lucas 23: 41). Entonces, le pide a Cristo que se acuerde de él cuando comience a reinar (Lucas 23: 42).

¿Qué respondería Jesús ante semejante petición? Posiblemente, muchos de nosotros le hubiésemos dicho al ladrón: «¿Sabes qué? Si quieres ir al cielo tienes que bautizarte, empezar a observar el sábado, participar de la Cena del Señor, tomar un curso de profecía y servir en un orfanato». Pero Jesús no es como nosotros. Cristo miró al ladrón y no le ofreció la justicia que merecía, sino la gracia que necesitaba: «Hoy te aseguro que estarás conmigo en el paraíso» (ver Lucas 23:43). Ante el vacilante «cuando» del ladrón, Jesús contesta con un certero «hoy».

Pero ahora, avancemos un poco más y supongamos que el ladrón hubiera sido bajado de la cruz aquel día y no hubiera muerto. ¿Qué tipo de vida habría vivido después de su encuentro con el Señor? ¿Crees que habría vuelto a robar? ¡Claro que no! Te aseguro que se hubiera bautizado, se hubiera congregado con la iglesia primitiva y hubiera dado todo lo que tenía en favor del prójimo. ¿Habría vivido una vida perfecta? No. Pero por la gracia de Dios, habría cambiado para bien.

Nuestra salvación no depende de cuánto podamos hacer hoy, sino de lo que Cristo ya hizo por nosotros en la cruz. Y mostramos nuestra fe y que ya somos salvos por gracia mediante una vida de obediencia a Jesús. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios» (Efesios 2: 8, RV95).