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El aguijón en la carne

Matutinas para Adultos 2020

«Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltara, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca»

2 Corintios 12:7

Un aguijón es un órgano afilado situado en la parte trasera de animales como la abeja, la avispa o el escorpión. Está conectado a una glándula que segrega una pequeña dosis de veneno para producir en el enemigo un dolor intenso en la zona donde se pincha. Después del dolor comienza la comezón.

La zona se enrojece y en unas horas se hincha. Los síntomas duran varios días. Si la persona es alérgica a estas picaduras, las consecuencias son muy serias y abarcan tos, urticaria, dificultades para respirar y hasta pérdida de conciencia. Si la picadura es de abeja, esta deja una lanceta en la carne que, si no se extrae, prolonga y complica los síntomas.

El apóstol Pablo expresa su riesgo de exaltación y enaltecimiento propios. Por ello, Dios no le extrajo esa «lanceta» (vers. 9). La Biblia no revela en qué consistía el aguijón, pero sin duda debió ser una experiencia dolorosa, prolongada y molesta, de naturaleza física o psíquica.

El ejemplo del aguijón es genial para entender la experiencia de Pablo. Su naturaleza y condición medioambiental eran tales que necesitaba un elemento fuerte para contrarrestarlos. Como judío, podía presumir de ser el religioso perfecto: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, fariseo, irreprochable en cuanto a la Ley e incluso perseguidor de los cristianos (Filipenses 3:5-6).

Como apóstol, bien podía hacer alarde de sus «condecoraciones» de las batallas de la fe: azotes, trabajos, encarcelamientos, peligros de muerte en toda suerte de lugares, un apedreamiento, un naufragio, muchos desvelos, hambre, sed, frío y desnudez, aparte de la carga emocional que le producían las congregaciones. Pero el apóstol no deseaba gloriarse en estas cosas; más bien las tenía como pérdida y basura por ganar a Cristo (2 Corintios 11:21-33).

Pablo reconoce que el Señor no atendió a sus ruegos de librarlo del aguijón precisamente porque el malestar servía como protección contra la vanidad («para que no me enaltezca»). A otro grande de la historia sagrada, al rey David, le sirvió para retomar el buen camino: «Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; pero ahora guardo tu palabra» (Salmos 119:67).

Tal vez Dios esté permitiendo dolor en tu vida para corregir algún defecto de carácter. Si es así, resiste como lo hizo Pablo o el rey David, pero no por tu fuerza, sino por la influencia milagrosa del Creador que habita en ti.