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¿Qué me pongo?

Matutinas para Adultos 2020

«Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. […] Sobre todo, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto»

Colosenses 3:12, 14

La temperancia también tiene que ver con lo que nos ponemos. Desde que el pecado entró al Edén, la vestimenta ha sido un tema de considerable importancia para el ser humano. Dice el relato bíblico que, apenas nuestros primeros padres pecaron, «fueron abiertos los ojos de ambos y se dieron cuenta de que estaban desnudos.

Cosieron, pues, hojas de higuera y se hicieron delantales» (Génesis 3:7). Probablemente, luego de tan desfavorable situación, nuestros sentimientos en relación con la vestimenta quedaron ligados, en cierto sentido, a factores negativos y pecaminosos que se contraponen constantemente con el deseo natural, no solamente de proteger el cuerpo de las inclemencias del tiempo, sino también de dar una imagen digna y agradable a través de lo que vestimos.

En ocasiones, estos sentimientos contradictorios conducen a las personas a tomar una postura frente a la vestimenta que puede ir desde un interés sobredimensionado hasta un completo descuido de la misma.

En su libro Obsesionados por el vestido, Toby Tobías reúne citas de destacados personajes que se refieren a la ropa y la moda, preguntándose si dicha obsesión se puede considerar un vicio o una virtud. En su antología, analiza dichos de Virgilio, Christian Dior, Mark Twain y Coco Chanel, entre otros, asegurando que la obsesión por la ropa es tan antigua como la propia historia de la humanidad.

Una de las citas que particularmente llama la atención es la del escritor francés Anatole France, Premio Nobel de Literatura en 1921, quien dijo: «Muéstrame las ropas de un país y yo podré escribir su historia».

En efecto, nuestra vestimenta dice mucho acerca de nosotros y, por ello, Dios ha dejado instrucciones respecto a la misma. Dice así: «Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible adorno de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios» (1 Pedro 3:3-4).

¿Te das cuenta? Hay adornos y atuendos que son preciosos para Dios: la sencillez, la pureza, un espíritu manso y pacífico. El pueblo de Dios, por tanto, no buscará el adorno externo, sino el del corazón. Porque el Señor dijo: «Sobre todo, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto»; y la misma gracia, belleza y sencillez interior se verán reflejadas en la vestimenta exterior.