«Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora»
Eclesiastés 3:1
El capítulo 3 de Eclesiastés incluye una nutrida lista de ejemplos de conductas y experiencias por las que pasamos la mayoría de los seres humanos. Todas aparecen agrupadas en parejas que representan extremos de conductas opuestas: destruir y edificar, callar y hablar, llorar y reír, guardar y tirar… hay momentos cuando un extremo u otro están justificados, pero solo en su tiempo y medida. Ese es el caso de muchas conductas comunes: son buenas en cantidad moderada, pero pueden ser muy peligrosas en exceso.
La ciberadicción abarca cualquier conducta adictiva en internet. Las redes sociales son un caso específico de posible adicción. Se trata de herramientas valiosísimas especialmente cuando es difícil relacionarse con familiares y amigos en la distancia.
Esta tecnología hace posible la comunicación por medio de palabras e imágenes, no ya solo entre dos personas, sino entre muchos contactos simultáneamente. Este medio ha permitido retomar amistades antes imposibles de mantener. Lamentablemente, muchos acaban dedicándole demasiado tiempo y algunos manifiestan síntomas característicos de las adicciones.
El que alcanza el extremo adictivo comienza el día comprobando si alguien ha dejado una notificación, foto o enlace. Aprovechando la conexión, deja algún mensaje o actualiza información para que otros sean alertados y respondan. Se conecta todos los días, muchas veces al día. Las notificaciones lo estimulan a responder y si no las hay, se decepciona.
El exceso de tiempo en la red obstaculiza el cumplimiento de sus obligaciones (trabajo, familia, hogar, estudios, etc.). Reduce las horas de sueño para hacer frente al tiempo excesivo en la red. Tarde o temprano, solo o por indicación de un ser querido, decide reducir o abandonar la conexión, pero se siente extremadamente incómodo, nervioso y ansioso. Es lo más parecido al síndrome de abstinencia de las dependencias químicas.
Los expertos, en estos casos, recomiendan eliminar o reducir significativamente el uso de las redes sociales. Sin embargo, es necesario llenar ese vacío. ¿Qué mejor actividad que entablar relaciones con personas auténticas, de carne y hueso? ¿Y qué mejores personas que quienes siguen principios y valores éticos y religiosos sólidos?
Si crees que te acercas a una situación peligrosa por el uso de las redes sociales, busca a alguien o a algún grupo con inquietudes religiosas y de servicio a otros y haz amistad. Por último, ¿en quién confiar para recibir ayuda sobrehumana? El salmista nos lo recuerda: «Mas yo en ti, Jehová, confío; digo: «¡Tú eres mi Dios, en tu mano están mis tiempos!”» (Salmos 31:14-15).