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“Cuando tratas de controlar todo, no disfrutas de nada». – Anónimo

Matutina de Adolescentes

«Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido tiempo»

1 Pedro. 5:6

Admítelo. Te gusta tener el control. ¡Si al menos tú (no tus padres) pudieras controlar con cuánta frecuencia comes donas en el desayuno!

Lo cierto es que hay muchas cosas que no podemos controlar. Ni siquiera nuestro cabello. Quizá comencemos el sábado con cada hebra en su lugar, pero mientras caminamos del estacionamiento a la entrada del templo, el viento se las ingenia para que nuestro peinado quede como un mal tupé.

Afortunadamente, en su infinita compasión, Dios nos ha dado dos maneras de sentir que tenemos el control. La primera es el volante. No voy a decir mucho sobre mi amor por las cosas con volante, salvo mencionar que, si la máquina de coser de mi esposa tuviera uno, nadie podría impedirme que haga cortinas nuevas para la sala de estar.

La segunda es el control remoto. Cuando tomo el control remoto, me convierto en el gobernante supremo de la tierra de la televisión. Puedo elegir el programa que quiera. Nota cómo puedo cambiar instantáneamente de este comercial sobre camionetas a este otro canal donde… bueno… están publicitando una venta de camionetas, y a este otro canal, donde también muestran una publicidad de unas camionetas muy poderosas.

No creo que la intención del Cielo sea que estemos siempre buscando tener el control. Más bien debería ser un tipo de baile, donde a veces somos nosotros quienes manejamos una situación, ya veces nos retiramos y otra persona dirige.

Cuando somos la mejor versión de nosotros mismos, somos como príncipes y princesas reales, felices de dar órdenes y de recibir órdenes, siempre y cuando ocurra bajo el gobierno de nuestro Padre celestial.