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No soy yo mejor que ellos

Matutinas para Adultos 2020

«¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? ¡De ninguna manera!, pues hemos demostrado que todos, tanto judíos como gentiles, están bajo el pecado»

Romanos 3:9

Franz Häsel fue un cristiano adventista, reclutado como soldado raso en la compañía de zapadores 699 del ejército alemán. Se trataba de una de las tropas especiales de Hitler, cuya misión consistía en construir puentes en las líneas del frente. Como soldado de Cristo, tuvo la oportunidad de dar testimonio de su fe, viéndose expuesto a la burla, el castigo y hasta a la muerte.

En su unidad, llegó a ser reconocido por respetar el reposo sabático, por su fidelidad en el trabajo, su estudio diario de la Biblia y su alimentación exenta de carnes inmundas (ver Levítico 11). En cuestiones de principios, no dudaban en tenerlo como referente y, aunque al inicio fue muy cuestionado, poco a poco fue ganándose el respeto de la mayoría. Cierta vez, llegó a reprender a sus compañeros por exhibir los artículos de valor que habían robado de unas viviendas francesas.

Con tacto y con firmeza, trató de animarlos a ser mejores personas. Tal como narra Susi Häsel en su libro Mil caerán, Franz les dijo: «Ustedes son hombres honrados en casa… Ustedes tienen esposa e hijos. En casa no robarían. No permitan que la guerra cambie sus valores y los haga transformarse en ladrones aquí» (pág. 44). Entonces, cada uno se fue a dormir, avergonzado.

Sin embargo, mientras Franz se desvestía, notó un pequeño bulto en uno de sus bolsillos. Era una bobina de hilo que había encontrado en una de las casas inspeccionadas. Sin haberlo planificado, había robado, al igual que ellos. Era culpable del mismo pecado que acababa de condenar. «No soy yo mejor que ellos», se dijo a sí mismo, pidiendo perdón a Dios. Y al día siguiente, devolvió el hilo al lugar donde lo había sustraído.

«No soy yo mejor que ellos» es una frase que debiéramos grabar en nuestra memoria cada vez que pensemos en condenar. Cada vez que pensemos en lo que nos han herido debiéramos pensar que, con nuestras faltas y pecados, hemos herido mucho más profundamente al Hijo de Dios. «Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados» (Isaías 53:5).

Meditemos en este día en cuánto hemos herido a nuestro Salvador; y al pensar en aquellos que nos han hecho daño, recuerda repetir: «No soy yo mejor que ellos». Prepárate entonces para perdonar de la manera que Cristo te perdonó (Colosenses 3:13).