«Judas, el que había traicionado a Jesús, al ver que lo habían condenado, tuvo remordimientos y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes ya los ancianos».
Mateo 27:3
-Hoy hablaremos de Judas -inició el papá dirigiéndose a los niños—, su vida terminó en tragedia pudiendo haber sido una bendición para el mundo. Judas era un hombre talentoso, los discípulos lo admiraban y su influencia era grande sobre ellos. Jesús no lo rechazó, le dio la oportunidad de aprender como a todos los demás.
-¿Fue el único que no fue elegido por Jesús para que fuera su discípulo? —preguntó Susana.
-Así es —dijo el papá—, pero Jesús lo recibió. Judas fue testigo de los milagros que el Maestro realizaba. Se le había concedido poder, como a los demás discípulos, de sacar demonios y sanar enfermos. Como el tesorero del grupo, hacía malos manejos del dinero para su propio bien.
-No aprendió a amar a Jesús -comentó Mateo.
-En efecto -asintió el papá—, no venció su avaricia, amaba más el dinero que al Salvador. Nunca le entregó su corazón por completo y anhelaba tener un puesto importante en el reino que creía que Jesús establecería. Se molestaba cuando Jesús decía que su reino no era de este mundo.
Aunque estuvo tan cerca de Jesús, se comprometió dos veces a entregar al Maestro, pero todavía tenía oportunidad de arrepentirse. En el aposento alto, Jesús le dijo que lo que iba a hacer lo hiciera rápido y ese fue el momento en que Judas selló su perdición. Rechazó a Jesús y lo traicionó. En el juicio, vio cómo sentenciaban a Jesús.
Judas se sintió tan culpable que no pudo soportarlo más, así que arrojó las monedas que le habían dado por traicionar a Jesús. Lamentablemente, su arrepentimiento no era sincero. Judas se quitó la vida. Otro hubiera sido su final si hubiera aceptado a Jesús como su Salvador.
Tu oración:
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¿Sabías qué?
Judas creyó que había hecho algo bueno entregando a Jesús.