«Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian»
Lucas 6:27-28
Eric Lomax fue un soldado del ejército británico que cayó en manos de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Enviado a un campo de prisioneros, fue forzado a trabajar en la construcción del «Ferrocarril de la muerte», llamado así por las duras condiciones climáticas y por la alta tasa de mortalidad de los presos.
Durante su permanencia en la cárcel, con el fin de escuchar las noticias de la guerra, logró construir, en secreto, un radiorreceptor. Pero el rústico aparato fue descubierto por los japoneses y Eric fue acusado de espionaje.
A partir de allí, fue sometido a despiadadas torturas, intercaladas de severos interrogatorios. Terminó la guerra y, milagrosamente, Eric se libró de la muerte. No obstante, no logró librarse del recuerdo de sus sufrimientos, ni de su torturador, que irrumpían en pesadillas y ataques de pánico.
Cierto día, a través de un artículo periodístico, reconoció a su ex torturador, Takashi Nagase, que pedía perdón por los abusos que había cometido durante la guerra. Al contactar con él, planearon un encuentro en el puente del río Kwai, una parte del trayecto del ferrocarril de la muerte, ubicada en Tailandia. Entonces, sus síntomas se aliviaron cuando, en 1993, vio a un anciano temblando y llorando que, profundamente arrepentido, no cesaba de pedirle perdón.
No solo las víctimas de ultrajes sufren; en ocasiones, también lo hace el perpetrador. ¿Has probado a ponerte en el lugar de quien ha hecho mucho daño? Es posible que se sienta responsable y que el sentimiento de culpa sea atormentador. «»¡No hay paz para los malos!», ha dicho Jehová» (Isaías 48:22). Es cierto que muchos ofensores van creciendo en su maldad; pero hay otros que, acusados por su conciencia, buscan y piden perdón.
Si has sido perjudicado por alguien, Dios te pide que lo ames, bendigas, le hagas bien y ores por él: un imposible para el corazón humano. Sin embargo, el Espíritu Santo trabajará en el corazón de quienes cedan a su influencia. En el ofendido, para perdonar, y en el ofensor, para convencerlo del daño provocado (Juan 16:8) y guiarlo al arrepentimiento (Romanos 2:4).
Si es que tienes un ofensor, en este día te proponemos orar por él o ella. Imagina que está profundamente arrepentido y le falta valor para pedirte perdón. Ora, ama, bendice. No pierdas la oportunidad de hacerle algún bien.