«Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas»
Marcos 11:26
Mario había decidido perdonar a un amigo que se había distanciado de su familia y, posteriormente, les había hecho mucho daño. Pero aunque se lo había propuesto, cada vez que lo encontraba recordaba las dobleces de su amigo y, en vez de mostrarle su disposición para solucionar el problema, quedaba tristemente perturbado.
Peor todavía, parecía extender tales sentimientos hacia sus familiares y/o cercanos. «¿Por qué me ocurre esto? —se preguntaba–. Si quiero perdonar, ¿cómo puedo hacer para cambiar la situación?». Mucho peor se sentía al meditar en versículos como el de hoy, que exige el perdón entre hermanos para hacer efectivo el perdón de Dios.
Una persona, un lugar, un recuerdo, pueden actuar como estímulos capaces de activar toda una red neuronal. Cuando una red neuronal se activa, promueve una serie de pensamientos, emociones y sentimientos difíciles de interrumpir. Conjuntamente, ocurren cambios comportamentales y/o fisiológicos que fijan la huella marcada e imprimen mayor fuerza a la red neuronal.
Y una vez trazado el entramado, permanecerá latente hasta la siguiente estimulación. Entonces, ¿cómo detener esta marea de recuerdos? ¿Cómo dejar de sentir recelo o aprensión? El secreto está en resistir a los pensamientos y sentimientos relacionados con la red negativa delineada y generar un circuito nuevo a partir de los mismos estímulos, pero basado en el perdón.
En otras palabras, Mario debiera resistir cualquier deseo de acusación o explicación y, en lugar de ello, podría manifestar su disposición para perdonar, olvidar e incluso para socorrer a su amigo en caso de necesidad. A través de palabras y/o acciones es posible generar nuevas conexiones basadas en decisiones voluntarias promoviendo un curso nuevo de pensamientos y sentimientos.
De esta manera, al encontrarse con su amigo, tendrá dos opciones en el repertorio de sus neuronas. Aquella que le provoca malestar y desdicha o aquella donde el perdón ha dado lugar para la reconciliación. Cada vez que se exponga ante los estímulos que evocaban la herida, necesitará detener el flujo de sus pensamientos y reencauzarlos hacia el nuevo rumbo requerido por Dios.
«La verdadera grandeza del hombre y su nobleza se miden por el poder de los sentimientos que subyuga, no por el de los sentimientos que lo vencen a él. El hombre más fuerte es aquel que, aunque sensible al ultraje, refrena sin embargo la pasión y perdona a sus enemigos» (Testimonios para la iglesia, tomo 4, pág. 649).
«Hombre, él te ha declarado lo que es bueno, lo que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia y humillarte ante tú Dios» (Miqueas 6:8). Si él lo pide, también ayudará a cumplirlo.