“La lengua amable es un árbol de vida; la lengua perversa hace daño al espíritu”
Proverbios 15:4
En el libro de Santiago encontramos una declaración contundente en relación con la lengua. Podemos leer: “Y la lengua es un fuego. Es un mundo de maldad puesto en nuestro cuerpo, que contamina a toda la persona. Está encendida por el infierno mismo, y a su vez hace arder todo el curso de la vida” (Sant. 3:6). Es obvio que la expresión “la lengua” en este versículo tiene que ver, no con el órgano físico en sí, sino con el uso que hacemos de las palabras.
No hay duda de que la lengua es un órgano maravilloso, pues nos permite disfrutar de los alimentos, nos ayuda a la deglución y al proceso de la digestión, y hace posible el lenguaje. ¿Te imaginas todos esos procesos sin ella? Sin embargo, esa misma lengua que nos resulta en tan grande bendición, es también un fuego destructor y contaminante cuando pensamientos malintencionados fluyen por ella sin que hayamos sabido antes ponerles un pare. Cuántas palabras decimos que lastiman no solo a la persona a la que van dirigidas, sino también a nosotras mismas, que las hemos pronunciado.
La capacidad que tenemos los seres humanos de generar pensamientos automáticos juega muchas veces en nuestra contra, si los expresamos a través del habla sin antes haberlos hecho pasar por el filtro de la conciencia y de los principios de la Palabra de Dios.
Las mujeres somos más propensas a hablar que los hombres y, por lo tanto, a equivocarnos más en lo que decimos. Por eso el consejo bíblico es tan pertinente para nosotras: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efe. 4:29, RVR 95).
Amiga, es tiempo de vivir este día prestando especial atención a lo que decimos a nuestros hijos, a nuestros esposos, a nuestros amigos y a las demás personas con las que nos relacionamos regularmente. Preguntémonos lo siguiente: Mis palabras, ¿honran a Dios? ¿Son de bendición para los que las escuchan? ¿Dan testimonio de que soy una hija de Dios, sujeta a su voluntad y no a mis arranques de cólera, ira o enojo? Las calumnias, los chismes y la transmisión de rumores, ¿forman parte de mi actuar?
Pidamos al Señor que nos ayude a imitar la manera de ser de Cristo, de tal forma que generemos en nuestro entorno concordia, armonía y bendición.