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Como diamantes

“Yo te purifiqué, pero no como se hace con la plata, sino que te probé en el horno del sufrimiento”

Isaías 48:10

El cultivo de un diamante es un proceso increíblemente extraor­dinario. Es impresionante cómo un pedazo de piedra que parece car­bón, aparentemente sin valor alguno, se transforma en una gema de incalculable valor cuando pasa por el calor extremo de unos 3000 grados y es sometido a una enorme presión. Otra cosa asombrosa es que, de diez tone­ladas de esa piedra carbónica, solo se extrae alrededor de un quilate de diamante.

La palabra “diamante” viene del griego adámas, que significa invencible e inalterable; de esta manera, es una minúscula pieza de diamante… ¡indestruc­tible! Se podría afirmar que un diamante es hallado dos veces: la primera es cuando se extrae de la mina, como un pedazo de piedra negra en bruto, opaca y sin atractivo, cuyo valor no es obvio a la vista.

La segunda es cuando pasa por las manos del tallador, donde es pulido y refinado; entonces, se convierte en algo inmensamente bello y su alto valor resulta obvio a todo el que lo ve.

Es posible que, por algunas condiciones de tu vida pasada, te sientas tan poca cosa como una piedra negra sin valor aparente; nadie repara en ti ni en la belleza enorme que portas en tu interior. Si en tu historia de vida hay episo­dios traumáticos, abuso, pobreza o enfermedades, Dios en su infinita bondad puede hacer de ti un hermoso diamante.

Dios es el gran pulidor; cuando te entregas dócilmente en sus manos, solo tienes que esperar a que él trabaje y termine su obra, aunque en el proceso haya dolor y sufrimiento. Te invito a que tu pensamiento, bajo cualquier circuns­tancia, sea: “Tus manos me hicieron y me formaron […]. Los que te temen me verán y se alegrarán” (Sal. 119:73, 74, RVR 95).

Cuando el proceso termina, llegas a ser una mujer madura en Cristo, pre­parada para mostrar tu brillo delante de quienes se sienten opacos y sin valor. Ese brillo tuyo los atraerá a ellos hacia Cristo, pues es Cristo quien brilla a través de ti.

Que tu oración en esta mañana sea: “En manos del pulidor divino todavía me encuentro; y aunque el crisol de la prueba y el dolor yo siento, su mano me toca y su amor me provee de un nuevo aliento. Muy pronto saldré de su mano divina como bella gema, alma de princesa, hija del Señor nacida en lo más profundo de su corazón”.

Erna Alvarado Poblete es licenciada en Pedagogía y Psicología educativa; tiene un máster en Relaciones familiares y estudios de postgrado en Desarrollo humano. Es conferencista y autora de varios libros, entre ellos Reflexiones para la mujer, de este mismo sello editorial. Aunque nacida en Chile, lleva cuarenta años viviendo en México.