Por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.
Efesios 2: 8-9, NVI
TRATA DE IMAGINAR LA ESCENA. Dos adolescentes, Jennifer y Sue, están fumando a escondidas. De repente, escuchan un sonido. Corren hacia la puerta, solo para percatarse de que no hay razón para preocuparse. Cuando Jennifer regresa al sofá, se da cuenta de que su cigarrillo se ha deslizado entre los cojines. Echan agua sobre el mueble, por si acaso, y se despiden. Ya estando en su casa, Jennifer se dispone a dormir cuando su hermano menor entra de golpe, alarmado.
— ¡La casa de Sue se está quemando! —exclamó.
Aterrada, Jennifer se monta en su bicicleta y llega a la casa de su amiga. Ahí comprueba que la horrible noticia es cierta. Mientras contempla el terrible espectáculo, Jennifer se promete a sí misma que algún día pagará por todo el daño que ha causado. Luego ella y Sue acuerdan no contar la verdad a nadie.
Al cabo de un año, Sue se muda a otra ciudad, pero las dos buenas amigas se mantienen en contacto. Hasta entonces el plan les ha funcionado, pero accidentalmente una de las cartas, en las que hacían referencia al fuego, cae en manos del padre de Sue, y todo el asunto queda al descubierto. El Sr. Cook, padre de Sue, no toma ningún tipo de acción legal. Solo le pide a Jennifer que informe a su madre de lo ocurrido.
Pasaron los años y un día Jennifer recibió una llamada de su madre para informarle que el Sr. Cook quería comprar dos de los discos compactos que Jennifer había grabado. Al recordar todo el daño que ella había causado, Jennifer decidió enviar al Sr. Cook los discos y una nota que decía: «Reciba estos discos libres de pago alguno. Considérelos como cuota inicial de la gran deuda que tengo con usted». Al poco tiempo, el Sr. Cook respondió: «Tú no me debes nada».
Las palabras del Sr. Cook tocaron el corazón de Jennifer. Entendió que nunca podría cumplir su promesa de pagar una deuda tan grande, y además comprobó cuán perdonador era el Sr. Cook. Más importante aún, ese día Jennifer tuvo una vislumbre de la manera como nos trata Dios. «A menudo –escribió ella— hacemos promesas a Dios sin darnos cuenta de lo grande que es nuestra deuda ni de lo perdonador que él es».*
¡Qué bien! Cuando sientas que tu deuda de pecado es muy grande, recuerda que, en la cruz del Calvario, con letras de sangre, Jesús escribió: «Tú no me debes nada».
Padre, te doy gracias por haber perdonado mi gran deuda de pecado. Y porque, aunque la paga del pecado es muerte, tu regalo para mí es vida eterna en Cristo Jesús.
*Jennifer Jill Schwirzer, «The Fire», en Adventist Review, 31 de agosto, 2000, p. 6.