El Señor es misericordioso y clemente; es lento para la ira, y grande en misericordia.
Salmos 103: 8, RVC
UNA DE ESTAS MADRUGADAS me desperté a las 4 y no pude seguir durmiendo. Mientras buscaba retomar el sueño, mis pensamientos se dirigieron a un artículo de Mylan Schurch que había leído la noche anterior sobre lo inmensamente grande que es el amor de Dios. *
En su artículo Schurch ilustra la profundidad de ese amor por medio de la experiencia que vivió el rey más depravado del cual habla la Escritura: Manasés. Este hijo del buen Ezequías reinó sobre Judá durante 55 años, y «reedificó los altares a dioses paganos que su padre Ezequías había derribado (2 Rey. 21: 2); «adoro además a todo el ejército de los cielos y rindió culto a aquellas cosas» (vers. 3), y «edificó altares para todo el ejército de los cielos en los dos atrios de la casa de Jehová» (vers. 5). Como si eso fuera poco, «fue agorero e instituyó encantadores y adivinos», ¡y sacrificó a sus propios hijos, pasándolos por el fuego! (vers. 6; cf. 2 Crón. 33:6).
Entonces sucede lo impensable. Cuando los asirios lo toman prisionero, dice la Escritura que Manasés «se humilló profundamente en la presencia del Dios de sus padres» (2 Crón. 33: 12). «Oró a él, y fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo hizo retornar a su reino en Jerusalén.
Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios» (vers. 13). ¡Sencillamente, increíble! Pero así de grande es la misericordia de Dios, tal como lo menciona nuestro texto de hoy: «El Señor es tierno y compasivo; es paciente y todo amor. No nos reprende en todo tiempo ni su rencor es eterno; no nos ha dado el pago que merecen nuestras maldades y pecados».
¡Dime si no son buenas estas noticias! El Señor no nos da el pago que merecemos por nuestros pecados si, al igual que Manasés, lo buscamos de todo corazón.
Entonces, ¿cuán grande es el amor de Dios? Es «como la altura de los cielos sobre la tierra» (Sal. 103: 11); y su misericordia «es desde la eternidad hasta la eternidad, para los que le temen» (vers. 17, LBLA). En otras palabras, ¡su amor no tiene límites!
Y ahora la pregunta obligada: si Dios perdonó la maldad de Manasés, ¿será que, en su misericordia, te perdonará tus pecados, por muchos que sean? ¿Perdonará los míos? Lo hará si, al igual que el depravado rey de Judá, nos humillamos en la presencia de Dios y, arrepentidos, clamamos por su perdón. ¡Por amor a su Hijo, y por esa preciosa sangre que fue derramada en la cruz, nos perdonará!
Te alabo, Padre bendito, porque tu amor no tiene límites. En este momento me amparo bajo la sombra de tu misericordia y, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo amado, te pido perdón.
*Mylan Schurch, «What Salvation Means to Me», en Signs of the Times, enero 2011, pp. 10-14.