Junto a aguas de reposo me pastoreará.
Salmos 23: 2, RV95
Sthephanny, nuestra segunda hija, cuando terminó su bachillerato se sentó conmigo para elegir la carrera que cursaría. Por ser una persona servicial y amorosa escogió enfermería. Esa fue una gran elección, porque es un ministerio cercano al corazón de Cristo. Al graduarse comenzó a trabajar en un hospital en Orlando, Florida. Todo transcurría normalmente hasta que llegó la pandemia de la COVID-19, que destrozó familias, separó parejas, mató a miles en el mundo, especialmente a adultos mayores. Ella comenzó a llamarnos más a menudo, especialmente cuando la pandemia azotó fuertemente la zona donde ella estaba: Florida.
La unidad de cuidados intensivos se llenó, superando la capacidad del personal médico y auxiliar en el hospital. Las enfermeras tenían que hacer turnos largos en el pabellón de enfermos de coronavirus. El escaso tiempo para descansar, los extremos cuidados que debían tener, la ropa especial que debían vestir, las asfixiantes máscaras que debían portar para protegerse y el hecho de ver morir a cientos de personas sin que los ingentes esfuerzos por salvarlas dieran resultado, comenzó a pasarles factura a médicos, enfermeras y personal de apoyo. Cada vez que nuestra hija tenía que iniciar un turno en ese pabellón, nos llamaba, nos contaba las experiencias que le tocaba vivir allí adentro y entonces, al despedirse, nos decía: «Debo vestirme para entrar».
Empezamos a notar que el cansancio comenzaba a apoderarse de ella. La tristeza por tantas vidas perdidas, las largas y extenuantes jornadas hicieron mella en su humanidad. Entonces vino el dolor, el llanto preparando el camino a la depresión. Un día nos llamó:
—Di positivo a la prueba de COVID.
¿Qué hacer cuando llega el temor, el cansancio y la posibilidad de sucumbir ante un virus tan letal? Gandhi expresó: «La voz interior me dice que siga combatiendo contra el mundo entero, aunque me encuentre solo. Me dice que no tema a este mundo, sino que avance llevando en mí nada más que el temor a Dios».
Gracias a Dios, mi hija se recuperó; el descanso le permitió reducir sus niveles de estrés y hoy continúa sirviendo en el hospital. Mientras escribo estas líneas, la pandemia del coronavirus continúa, y no sé cómo estará la situación para cuando leas esto. Pero tengo la seguridad de que con @Dios a tu lado, podrás enfrentar todos tus temores.