Ten compasión de mí, Dios mío, conforme a tu fiel amor, conforme a tu gran misericordia, borra mis rebeliones.
Salmos 51:1, PDT
Durante muchos años, mientras vivía en Buenos Aires, tuvimos una perra en casa. La adoptamos cuando ya tenía un par de años. Era una cruza mestiza con ovejero alemán, y su nombre era Pamela. Pamela amaba oír a mi hermana Betina tocar el piano.
Ella se sentaba con la cabeza apoyada contra una pared y se dormía escuchando la música. Pamela amaba comer los restos de nuestra comida -particularmente, los troncos de las pizzas-, y morder las gotas de la lluvia. Lo que de verdad odiaba mi perra era la hora del baño. Había que sobornarla con galletitas para poder meterla en la pileta del lavadero y bañarla. En todos los años que la tuvimos, que gracias a Dios fueron muchos, eso nunca cambió. Pamela siempre odió el agua y el jabón.
Arrepentirnos implica someternos voluntariamente a ser limpiadas. Luego de que Natán lo confrontara por su pecado con la mujer de Urías, David compuso el Salmo 51. Presta atención al lenguaje que usa David en esta oración cantada: «Lava todas mis culpas y límpiame de mi pecado» (vers. 2, PDT). “Purifícame con hisopo de olor agradable y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve» (vers. 7, PDT). El Espíritu Santo, como un espejo, le muestra a David su suciedad y él le ruega ser limpiado. No hay que sobornarlo ni empujarlo. David ruega desesperadamente: “¡Ten compasión de mí y quítame esta horrible mancha!»
Imagina que vas caminando por el campo y te encuentras con un zorrillo. El animal se asusta al verte y, antes de que puedas salir corriendo, te rocía con su apestoso aerosol. ¿Qué harías? Correrías de regreso a tu casa. Te ducharías cinco veces, con todos los productos perfumados que encontraras en tu baño, y luego quemarías la ropa que tenías puesta. El pecado es muchísimo más hediondo, pero la diferencia es que solo Cristo puede limpiarnos. ¡David tiene razón! El verdadero arrepentimiento implica decirle a Dios: “Haz lo que tengas que hacer, pero, por favor, quítame esta mancha”.
«Ten compasión de mí, Dios mío, conforme a tu fiel amor, conforme a tu gran misericordia, borra mis rebeliones. Lava todas mis culpas y límpiame de mi pecado… Purifícame con hisopo de olor agradable y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve. Hazme sentir felicidad y alegría, que se alegren los huesos que has quebrantado. Aparta tu vista de mis pecados y borra toda mi maldad» (Sal. 51:1, 7-9).