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Las primeras cosas

A los hijos de sus concubinas les dio Abraham regalos.

Génesis 25:6

Dicen que Boston es la ciudad de “las primeras cosas”. Se instaló el primer metro del país, el primer parque público, la primera escuela pública, Graham Bell hizo la primera llamada de teléfono. Paseando por sus calles, uno entiende que es un espacio de innovación. Algo similar sucede cuando se pasea por Florencia, rezuma el recuerdo del Renacimiento y la creatividad de sus gentes. Solo hay que detenerse en los bocetos de Leonardo da Vinci para descubrir máquinas voladoras, paracaídas o puentes plegables.

Lo nuevo se construía a cada momento. Hay personajes en la Biblia que tenían esas características. Los comentarios judíos del inicio de la era cristiana dicen que Noé fue el primero en realizar cuatro cosas. Plantó por primera vez una viña (Gén. 9:20). Segundo, y como resultado del éxito de su plantación, fue el primero en embriagarse (9:21). Tercero, fue el primero en maldecir (9:25) y Canaán sufrió las consecuencias de ello. Y cuarto, fue el primero en proponer la esclavitud (también 9:25). Lo cierto es que estas innovaciones no mejoraron demasiado el mundo.

Moisés es otro personaje que hizo, por primera vez, algunas cosas. Fue el primero en el sacerdocio y en el púlpito (Núm. 3:32). El primero en realizar sacrificios con normativa levítica (Lev. 8:21) y el primero en tener la Torah (los mandamientos) y en compartirlos (Éxo. 24:12). Buenas innovaciones para un pueblo que necesitaba el amparo de las instituciones religiosas.
Pero, a mi parecer, Abraham los supera.

Abraham, según Génesis 24:1, es la primera persona que aparece como viejo en el texto bíblico. Fue el primero, según la literatura rabínica, en ser probado (Gén. 21:8) y en hospedar bajo un tamarisco (21:33). Pero, sobre todo, fue el primero en dar una herencia en vida (25:6). Y esta última práctica es la que me anima a colocarlo en lo más alto del ranking de las primeras cosas, porque habla muy bien de la manera de ser del patriarca.

Pensar en el futuro es algo usual; pensar en el futuro de los demás, menos. Pensar, además, en el futuro de los demás en detrimento de uno, es muy raro. Abraham quería lo mejor para todos sus hijos y no dudó, a pesar de sus afectos como padre, en invertir en aquello que parecía pérdida económica y emocional.

Hacer regalos a sus hijos, entiendo, no sería tan difícil como ver cómo se alejaban de él. Pero su pérdida, para sus hijos, era ganancia, y como buen padre, hizo lo que tenía que hacer para darles un futuro estable.

Una innovación que, hasta hoy, debiera ser bien recordada y practicada.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.