Todo lo que yo temía, lo que más miedo me causaba, ha caído sobre mí.
Job 3:25, DHH.
Después de que Job hubiera perdido su fortuna, a sus hijos, el apoyo de su esposa y su salud, los amigos de Job fueron a consolarlo, y siguiendo la costumbre hebrea, guardaron silencio hasta que él expresó su dolor (Job 2:13).
Debieron haberse quedado callados hasta el final, en vez de explicar las razones de las pruebas. A veces las palabras, por muy espirituales que sean, son menos empáticas que la compañía silenciosa y tierna.
Job expresó a sus amigos su frustración, dolor y pena.
Expresar nuestro sufrimiento es sanador, pero escojamos bien a quién se lo expresamos. Sus amigos creían que la ley de causa y efecto se aplicaba a todas las personas y en todas las circunstancias.
A la gente buena le deben ocurrir cosas buenas, y a la gente mala solo cosas malas. Incluso Job tenía esa filosofía, de ahí su frustración, pues no había hecho nada para merecer la prueba que vivía.
El dolor y la prueba no son castigos; podrían servir para prepararnos para ayudar a otros que vivan la misma experiencia, a veces son ataques directos de Satanás, otras veces no sabemos la razón. Es mejor dedicarnos a conocer a Dios que a indagar la razón de lo que nos sucede.
La queja de Job ante sus amigos no cambiaba las circunstancias, pero le ayudaba a desahogar su pena. Les confesó que aun la muerte hubiese sido mejor que su sufrimiento, estaba perdiendo el propósito de su vida. Muchas veces, cuando intentamos desahogar nuestra frustración, enredamos todo y tenemos que pedir disculpas a quien ofendimos.
Cinco veces en el capítulo 3, Job se pregunta por qué le ha sucedido tan indescriptible tragedia. David también expresó su lamento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?” (Sal. 22:1).
Hasta Jesús lo manifestó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27:46). De modo que no es dañino expresar el dolor, el sufrimiento o la frustración.
Si hoy estás enfrentando una pérdida, una tragedia u otra circunstancia adversa, únete al salmista y di: “Estoy agotado y agobiado; mi corazón gime desesperado. Señor, tú conoces mis anhelos. Tú oyes todo suspiro mío” (Sal. 38:8, 9, NBV).
“Pueblos todos, ¡confíen siempre en Dios! ¡Vacíen delante de él su corazón! ¡Dios es nuestro refugio!” (Sal. 62:8, RVC).