Podrás alzar la frente sin mancilla; te acosarán, pero no tendrás miedo.
Job 11:15, BLP.
Acababa de terminar un tratamiento para el cáncer de tiroides. Mi cuerpo estaba agotado y mis energías desgastadas, pero tuve que regresar a trabajar, pues se habían agotado los días permitidos por enfermedad. Soy profesora en una escuela secundaria.
Me alegré de que mis clases fueran de pocos alumnos y los estudiantes muy aplicados, pero de repente me enviaron a dar clases a otra escuela secundaria más, que estaba al otro extremo de la ciudad.
Según la institución, yo no tenía el número mínimo de estudiantes requeridos, por lo que debían dividir mis servicios en dos escuelas. Literalmente me agarraba de las paredes para salir de un edificio y llegar hasta mi vehículo. Sabía que esta nueva prueba venía del enemigo y me prometí mantener mi frente en alto, sin mostrar miedo.
Cantaba durante el trayecto, y aunque las lágrimas brotaban, repetía en voz alta: “Señor, yo confío en ti”.
Hubo otras pruebas, como no tener aula propia, subir tres pisos en mi frágil condición de salud, y más. Seguí hablando con Dios en voz alta, diciéndole que estaba segura de que eso pasaría pronto y tenía un motivo de salvación.
Poco después de terminar el primer semestre, se paralizaron las clases por la pandemia de la COVID-19, y terminé el año escolar por la vía virtual. El director de mi escuela principal hizo un pedido al distrito escolar para que me dejaran en una sola escuela.
Me necesitaba para un nuevo proyecto y era la única que hablaba español. Regresé a dar clases en forma física casi un año después. Mantuve mi frente en alto, ni siquiera me vieron llorar ni quejarme. Dios se encargó de solucionar todo.
No debemos creer porque vemos y sentimos que Dios nos oye. Debemos confiar en sus promesas. Cuando acudimos a él con fe, toda petición entra en el corazón de Dios. Cuando le hemos pedido su bendición, debemos creer que la recibiremos y agradecerle porque la hemos recibido.
Luego debemos atender nuestras obligaciones, seguros de que la bendición se concretará cuando más la necesitemos. Cuando hayamos aprendido a hacer esto, sabremos que nuestras oraciones son contestadas (DTG, p. 170).
La próxima vez que alguien intente acosarte, recuerda estas palabras de Mario Benedetti: “Algún día regalarás plumas a todos aquellos que no creyeron en tus alas”.