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Hermanos

¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es que habiten los hermanos juntos en armonía!

Salmos 133:1

La relación más duradera que existe, normalmente, es la de los hermanos. Son las personas con las que compartimos un nexo más prolongado durante nuestra vida y a menudo con las que se comparten una mayor cantidad de experiencias. Esa es la razón por la que sirven de ejemplo de la relación propia de la vida en la iglesia.

Lo normal es que lo hermanos se quieran. No es un afecto nacido forzosamente de afinidades o de atracciones, sino el resultado de haber compartido las improntas de la infancia. Y ese vínculo permanece ahí aunque haya opiniones diferentes e, incluso, encontradas. Es muy extraño, pues a un hermano se le perdonan cosas que jamás dejaríamos pasar a otra persona. Es que es tu hermano y, de forma incuestionable, anhelas su redención.

Pues bien, ese era el anhelo de Dios cuando decidió que la relación que debíamos establecer entre los miembros de la iglesia debía vincularse con la palabra “hermano”. Ya sabes, los hermanos se quieren. Puede que no existan afinidades y que nuestras perspectivas sean muy distantes, pero los hermanos se quieren.

Y, además, Dios anhela que la nuestra sea la relación más duradera de la historia. Ha calculado que debiéramos vivir juntos la eternidad. Ya, ya sé que te parece “una eternidad”, pero así es la eternidad, mucho tiempo. ¿Cómo va a ser posible? Con mucho amor. Los hermanos se respetan.

Conocen lo público y lo privado y se respetan. Tratan lo público con los códigos de lo público y lo privado con los códigos de lo privado. Lo mencionable se menciona y lo silenciable se silencia. No debiera correr la maledicencia entre los comentarios de los hermanos. No debieran estar en nuestras bocas ni el desprestigio, ni el estereotipo ni la difamación. Eso no es cosa de hermanos.

El salmista dice que una reunión de hermanos es tan agradable como cuando nos bañamos en perfume y, nada más entrar en un lugar, llenamos toda la estancia de fragancia. Me lo imagino, huele a jazmín y azahar, es mi hermana que ha llegado. ¡Qué alegría! Huele a mirto y limón con un toque de cedro, es mi hermano que llegó. ¡Qué bien! ¡Qué bueno es que estemos todos juntos, hermanados!

Lo mejor del asunto es que ya debiera haber comenzado ese vínculo de cariño. Ya debiéramos ver a nuestros hermanos de iglesia como a nuestros hermanos de sangre. Ya debiéramos contemplar sus defectos simplemente de reojo, porque nos detenemos mucho más en sus virtudes.

Ya debiéramos estar ahí cuando nos necesitan. Ya debiéramos ser familia, porque la eternidad ya está llegando.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.