Isaías les respondió: “Denle al rey este mensaje de parte de Dios: ‘No tengas miedo de los insultos de ese soldado’ ”.
Isaías 37:6, TLA.
Se cuenta que, en una villa, los padres les decían a sus hijos que jamás visitaran la cima de la montaña, pues allí vivía un monstruo. Varias generaciones lo evitaron, pero un día, un grupo de jovencitos decidió enfrentar y vencer al monstruo.
En el camino se escucharon unos ruidos espantosos, y la mitad del grupo regresó. El resto siguió, y descubrieron que el monstruo no era tan grande; pero sus gruñidos los intimidaban y regresaron, con excepción de uno, que decidió capturarlo.
Extrañamente, a medida que lo enfrentaba, el monstruo se empequeñecía. El jovencito se llenó de coraje, agarró lo que ya era apenas una pequeña figura que cabía en su mano, y le preguntó: “¿Quién eres tú?”. Con voz chillona, el diminuto ser contestó: “Soy el Miedo”.5
Las mejores armas del miedo son las amenazas, y eso usó el rey de Asiria: intimidó al pueblo de Dios, y blasfemó contra Dios. Un pueblo miedoso no sale a la batalla, y si lo hace se convierte en fácil presa de los adversarios.
Afortunadamente, el rey de Judá, Ezequías, ordenó no responder sino consultar a Dios por medio del profeta (Isa. 36:21). El texto de hoy es la respuesta del profeta.
¿Estás siendo calumniada, maltratada verbalmente, humillada, discriminada en el trabajo, en tu familia o en tu iglesia?
No contestes al maltrato; consulta a Dios y deja que él resuelva tu caso. A pesar del ataque verbal asirio, Ezequías siguió el consejo del profeta. El pueblo se convirtió a Dios y esperaron el auxilio divino.
Las amenazas no cesaron de inmediato (Isa. 37:10-13). Ora y confía, aunque no veas inmediatamente la respuesta; ya Dios la tiene en sus manos. Dios escuchó el clamor de los judíos y su arrepentimiento, cumplió su palabra, y demostró quién estaba al control. El arrogante rey Senaquerib y 185.000 asirios murieron sin que los judíos levantaran su espada (vers. 36-38).
Lee estos capítulos cuando seas, perseguida, rechazada o tengas miedo. Dios está a la distancia de una oración. “Con infalible exactitud el Infinito sigue llevando cuentas con las naciones.
Mientras ofrece su misericordia, y llama al arrepentimiento, esta cuenta permanece abierta; pero cuando las cifras llegan a cierta cantidad que Dios ha fijado, el ministerio de su ira comienza.
La cuenta se cierra. Cesa la paciencia divina. La misericordia ya no intercede en favor de esas naciones” (PR, p. 269). Dios vindicará su nombre y su honor.
5 Joyce Meyer, The Confident Woman (Nueva York: FaithWords, 2006), pp. 152, 153.