Permanezca el amor fraternal. No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.
Hebreos 13:1, 2.
Los últimos meses del año 2015 fueron muy especiales para nosotros. Llevábamos, en la Universidad Adventista del Plata (Argentina), varios años trabajando con la evaluación institucional e iba a visitarnos la comisión de la acreditadora de la nación.
Habíamos mejorado estructuras e innovado proyectos, habíamos desarrollado los recursos humanos y saneado la economía, pero nada de eso evitaba que tuviésemos incertidumbre por lo que pudiera pasar.
Llegó el día y arribaron los pares. Eran de lo mejor de la gestión y administración de la enseñanza superior del país, buenos analistas, experimentados y calculadores. Teníamos listos todos los documentos.
Hasta el más pequeño de los detalles se había registrado y multicopiado. Todo fue muy ceremonial hasta que el presidente de la comisión dijo que nos conocía bien, que había tenido a una adventista como directora en una de sus instituciones y que nos apreciaba.
Ese comentario nos permitió ser como solemos ser: amables, hospitalarios, afectuosos, e incluso, un poco ingenuos. Fueron días de mucho trabajo, de muchas preguntas y sugerencias, pero también de una intensa relación.
Aún puedo ver la despedida, con lágrimas en los ojos y abrazos bien sentidos, de los componentes de aquella comisión. Antes de marcharse nos sugirieron que nunca dejáramos de ser como somos. Aún me estremezco.
¿Cómo somos? Somos como Jesús si caminamos a su lado. Él nos da la fuerza para ir a contracorriente y donde se dice agresividad nosotros decimos afecto, donde se propone la competitividad nosotros proponemos cooperación, donde se establece un “yo” nosotros colocamos un “tú”.
No nos dejemos vencer por las presiones del egoísmo, que continúe el amor fraternal siendo una marca de identidad del pueblo de Dios. Luchemos por ello con las armas con las que tenemos destreza: hospitalidad, dulzura, generosidad, disponibilidad y, por supuesto, cariño.
Abrir tu corazón a los demás es dejar que entre la vida. Practicar la palabra suave es aplacar los tifones de la insensatez. Dar sin pensar en dividendos es lo que más interés reporta.
Estar cuando hay que estar es lo que nos aproxima a la omnipresencia e, incluso, a la omnipotencia. Rozar la mejilla del desamparado es plantar las semillas de la eternidad. No perdamos nuestra identidad porque se necesita en este mundo. De verdad, se necesita lo mejor de ti.
Algunos hospedaron ángeles, pero nosotros ya disfrutamos hospedando y amando a las personas. Aunque, si vienen, serán bien recibidos.