Temieron aquellos hombres a Jehová con gran temor, y ofrecieron sacrificio a Jehová, e hicieron votos.
Jonás 1:16.
La historia de Jonás es mucho más que el relato de un hombre que huye de una responsabilidad y es tragado por un gran pez; es una profunda ilustración de la gracia divina.
Jonás es un libro de contrastes. Primero, un grupo de paganos oran al Señor mientras que el siervo de Dios guarda silencio. Luego, bajo la petición de Jonás mismo, lo echaron al fondo del mar, para descubrir con sorpresa que el mar se aquietó cuando cayó a las aguas.
¡El miedo de los marineros sufrió una transformación encomiable! El capítulo 1 de Jonás menciona tres veces el miedo de los marineros. La primera vez tuvieron miedo, clamaron a sus dioses paganos y echaron los enseres al mar (Jon. 1:5).
La segunda vez temieron sobremanera, y reclamaron a Jonás porque estaba huyendo de la presencia de Dios (vers. 10). La tercera vez temieron con gran temor (vers. 16). El miedo creció en intensidad, y cambió de calidad.
La palabra original hebrea es ‘yaré, que se utiliza para describir el temor a Dios. Los marineros no atribuyeron el cambio del clima a una coincidencia de la naturaleza, ni a la buena suerte; habían temido a la tormenta, pero aprendieron a temer al Dios que tiene poder para desatar y detener tormentas.
Cuando cambiaron el miedo por el temor, también cambiaron a quién adoraban. No fueron ante sus dioses, sino que ofrecieron sacrificios e hicieron votos de fidelidad a Jehová. Dios los salvó milagrosamente y rindieron homenaje al Salvador.
Una vez más, el temor y la adoración van de la mano, y ambos se manifiestan en ofrendas de agradecimiento. Nuestra adoración y reverencia se evidencian en nuestra fidelidad. Un genuino temor a Dios conduce a la adoración. ¿En qué nivel del miedo estás? ¿En el nivel de clamar a otros por ayuda o de convertirse en reverencia que lleva a la adoración a Dios?
La historia termina igual, con contrastes: los marineros alabaron y ofrendaron a Dios, los impíos se arrepintieron, y Jonás rezongaba afuera de la ciudad, con deseos de morir, y Dios intentando razonar con él. ¿Dónde quieres estar cuando la historia de este mundo termine?
“No debemos quedar sorprendidos en este tiempo por los acontecimientos grandes y decisivos; porque el ángel de la misericordia no puede permanecer mucho más tiempo para proteger a los impenitentes” (PR, p. 208).
Ya no argumentes más con Dios. Arrepiéntete, alábalo y ofrécele vivir para él.