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Entrada triunfal

Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!

Mateo 21:9.

En la antigua Roma, lo más anhelado por un general era vivir un “triunfo romano”. Cuando un militar de alto rango ganaba una batalla en la que morían más de 5.000 enemigos, tenía derecho a entrar en Roma así. Dicen los especialistas que Julio César llegó a vivir esa experiencia hasta en cuatro ocasiones.

Imagínense la vieja capital del imperio repleta de personas que esperaban la comitiva. A la cabeza iban los magistrados y los senadores. Los seguían carruajes con el botín obtenido y con representaciones de cómo había acontecido la batalla.

Luego venían los humillados vencidos. Más allá, un carro dorado con cuatro caballos blancos que era conducido por un esclavo, y donde se hallaba el general con las manos y el rostro pintados de rojo. Tras él, otro esclavo le colocaba una corona de laurel en la cabeza y le susurraba: “Recuerda que no eres un dios”.

Después, todo su ejército con laureles en la cabeza. Y así celebraban la muerte. ¡Qué contraste con la entrada de Jesús en Jerusalén!

No había vencidos. Jesús pidió que le trajeran un pollino porque sobre este animal entraban los reyes de Israel a la ciudad. Nada más montarse sobre él, se desató una gran algarabía. Dice Elena de White: “Pero alrededor del Salvador estaban los gloriosos trofeos de sus obras de amor por los pecadores.

Los cautivos que él había rescatado del poder de Satanás alababan a Dios por su liberación. Los ciegos a quienes había restaurado la vista abrían la marcha. Los mudos cuya lengua él había desatado voceaban las más sonoras hosannas. Los cojos a quienes había sanado saltaban de gozo y eran los más activos en arrancar palmas para hacerlas ondear delante del Salvador.

Las viudas y los huérfanos ensalzaban el nombre de Jesús por sus misericordiosas obras para con ellos. Los leprosos a quienes había limpiado extendían a su paso sus inmaculados vestidos y lo saludaban como el Rey de gloria. Estaban en esa multitud los que su voz había despertado del sueño de la muerte.

Lázaro, cuyo cuerpo se había corrompido en el sepulcro, pero que ahora se gozaba en la fuerza de una gloriosa virilidad, guiaba a la bestia sobre la cual cabalgaba el Salvadorr” (El Deseado de todas las gentes, p. 526). Y así celebraron la vida.

Dicen que la segunda entrada triunfal de Jesús va a ser muchísimo más impresionante, y nos invitan a participar de ella. Después, en una cena sublime, celebraremos la vida eterna. ¿Vendrás?

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.