Pretenden ser doctores de la Ley, cuando no entienden ni lo que hablan ni lo que afirman.
1 Timoteo 1:7.
Un antiguo comentario rabínico indica que había siete tipos de fariseos. Estaba el fariseo “espaldas”, que cargaba sus buenas obras como una gran mochila para que todos pudieran verlas.
También el fariseo “batidor”, porque entrechocaba sus pies para parecer exagerada y artificialmente humilde. Estaba el fariseo “calculadora”, que se pasaba el tiempo haciendo un balance de sus obras.
Se menciona, además, al fariseo “blandengue”, al que le faltaba energía para realizar las cosas. Y el fariseo “negociador”, que sacaba partido económico de la vida espiritual. También el fariseo “Lo he cumplido todo, ¿qué más puedo hacer?” (¿no les recuerda a un joven rico?).
El fariseo “luchador”, porque se enfrentaba a sus tendencias negativas. Y, por último, el fariseo “miedoso”, que seguía la religión por temor.
Todos ellos tenían el mismo problema: habían extendido las fronteras de la religión a espacios que no les correspondían. A nadie le corresponde ir promocionando sus buenas obras. Si realmente son buenas, ya se promocionarán ellas solas.
A nadie le corresponde vivir una religión artificial, porque sin sinceridad no hay religión, solo impostura. A nadie le corresponde calcular su salvación, porque no tiene ni la capacidad ni la posibilidad de hacerlo. A nadie le corresponde deprimirse en la vida espiritual, porque la energía viene del Espíritu Santo y nos la otorga en cuanto se la pidamos.
A nadie le corresponde hacer negocios con la fe, porque tal actitud es disonante con los valores de la Biblia. A nadie le corresponde tachar una lista de tareas, porque no hay lista ni tareas sino relación y oportunidades. A nadie le corresponde andar luchando, porque ya lucha Dios por nosotros. A nadie le corresponde temer, porque no hay lógica en ello: Dios es amor.
El mapa de nuestra vida lo ha cartografiado Jesús. Por esa razón él es el Camino, la Verdad y la Vida. Sabe cuáles son nuestras fronteras y que apenas podemos aportar una actitud adecuada y el anhelo por tener una relación espiritual correcta. Más allá de ese espacio personal empieza “Graceland” (la tierra de la Gracia), un país donde todos cabemos.
Allí iremos ligeros de equipaje y seremos transparentes como el agua. Nos dejaremos llevar por la vida, y cada día nos sentiremos revitalizados. La generosidad nos hará generosos y solo contaremos los momentos de gratitud. Nuestro ser crecerá en madurez y disfrutaremos del amor verdadero.
Pablo, un fariseo en el pasado, ya lo dijo: “Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20).