Amigos míos, no tengan miedo de la gente que puede quitarles la vida. Más que eso no pueden hacerles.
Lucas 12:4, TLA.
Jesús llegaba al final de su ministerio. Dirigió este mensaje a sus discípulos y a una multitud. Gran parte del capítulo 12 de Lucas son palabras de ánimo, sabiendo que muchos de ellos morirían como mártires.
Les advirtió que lo máximo que sus enemigos podrían hacer sería destruir su cuerpo, pero Jesús ya les había demostrado que tenía poder absoluto sobre la vida y la muerte. La Biblia solo menciona la muerte de algunos discípulos y apóstoles, pero la tradición describe que murieron así:
Esteban, el primer mártir cristiano, fue apedreado en Jerusalén. Pedro fue crucificado cabeza abajo en Roma. Andrés fue crucificado en Grecia. Marcos fue arrastrado por el pueblo de Alejandría. Santiago, hijo de Zebedeo, fue decapitado en Jerusalén. Juan fue condenado a morir en un caldero de aceite hirviendo, pero sobrevivió y fue desterrado a la Isla de Patmos.
Felipe fue azotado y crucificado en Asia Menor. Bartolomé fue azotado y crucificado por fanáticos idólatras en la India. Tomás (el Dídimo) fue atravesado con una lanza por sacerdotes hindúes. Lucas fue colgado de un olivo por sacerdotes idólatras en Grecia. Mateo fue atravesado con una lanza en Etiopia. Santiago, hijo de Alfeo, fue crucificado en Egipto.
Santiago el justo fue arrojado por los fariseos desde el pináculo del templo, y muerto a garrotazos. Judas Tadeo fue crucificado en Mesopotamia. Para Simón Zelote existen dos versiones: que fue crucificado en Samaria o Jerusalén, o que salió a otras regiones a evangelizar y fue decapitado. Judas Iscariote se ahorcó en las afueras de Jerusalén.
Matías, escogido para tomar el lugar de Judas, fue apedreado en Jerusalén y después decapitado. El poder de los enemigos es limitado: acabaron con su vida, pero no pudieron destruir la fe de los apóstoles.
Una de las últimas cartas de Juan Hus, mártir cristiano dice: “Si mi muerte ha de contribuir a su gloria, oren para que ella venga pronto y que él me pueda capacitar para soportar con serenidad todas mis calamidades” (CS, p. 113).
Hus y Jerónimo asombraron aun a sus enemigos con una heroica conducta: “Ambos se portaron como valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon para la hoguera como si estuvieran yendo a una boda.
No dejaron oír un grito de dolor. Cuando subieron las llamas, comenzaron a cantar himnos; y apenas podía la vehemencia del fuego acallar sus cantos” (CS, p. 117).
No les tengas miedo a los que solo pueden matar tu cuerpo, pero no tu fe.