Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.
Hechos 5:26.
Los apóstoles empezaron a sentir la misma persecución que sufrió Jesús. Pedro y Juan fueron encarcelados, pero en la noche vino un ángel, abrió las puertas y los libertó (Hech. 5:19). Jesús demostró que no hay puerta que impida que su presencia llegue hasta sus fieles.
No hay cárcel tan oscura, distante, que Dios no pueda visitar y, si le place, las abrirá, sean cárceles físicas, emocionales o espirituales. Los apóstoles fueron liberados con un propósito: anunciar al pueblo el evangelio. Cuando Dios te libera de cárceles emocionales, es con un propósito: que des testimonio.
Los discípulos salieron de allí, y muy temprano al día siguiente estaban nuevamente en el templo predicando. Fueron arrestados de nuevo, esta vez por los dirigentes judíos, para cuestionarlos.
Cuando eres liberada de tus “cárceles”, el enemigo seguirá persiguiéndote; pero confía, Dios puede liberarte las veces que sean necesarias. Los apóstoles no hicieron ninguna reclamación, ya habían superado el miedo. Los líderes religiosos no temían a Dios pero sí al pueblo, porque donde no hay temor a Dios, cualquier otro miedo toma el control.
Los saduceos hostigadores trataron a los discípulos con respeto porque temían ser apedreados por la multitud. Dios les dio la oportunidad de darse cuenta de que luchaban contra poderes sobrenaturales.
Ellos no creían en la existencia de los ángeles, pero un ángel vino a liberar a sus siervos fieles. No sabían de la milagrosa liberación; y al enterarse se llenaron de ira, pero Gamaliel, doctor de la ley farisáica, intervino y aconsejó dejarlos libres para ver si su doctrina se desvanecía.
Si los apóstoles hubiesen decidido reunirse solos, en secreto, se habrían ahorrado muchas molestias, pero no habrían experimentado milagros. Es mejor sufrir por la fe que sufrir con una mala conciencia por haber escondido el mensaje recibido.
Cuando enfrentas opositores, di como Lutero: “Si no se me convence con testimonios de las Escrituras, o con razones evidentes, y si no se me persuade por medio de los mismos textos que yo he citado, y si no sujetan mi conciencia por medio de la Palabra de Dios, no puedo retractarme ni me retractaré, por no ser digno de un cristiano hablar contra su conciencia.
Heme aquí, no puedo hacerlo de otro modo; ¡que Dios me ayude! Amén” (CS, p. 170).
Ruega a Dios que te dé la misma fe y coraje que tuvieron Pedro y Juan.