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Privilegios de ciudadanos

Los soldados que iban a azotarlo, al oír que Pablo era ciudadano romano, se apartaron de él. El comandante mismo tuvo miedo de haberlo encadenado.

Hechos 22:29, NBV.

Cuando Pablo visitó Jerusalén por segunda vez, sus enemigos levantaron el rumor de que permitía que gentiles incircuncisos se sentaran en la sala de la sinagoga reservada solamente para ciudadanos judíos. Eso era un insulto a la comunidad judía. Con indignación desorbitada lo arrastraron fuera del recinto, planeando apedrearlo hasta matarlo.

El gobierno romano, sospechando una insurrección, envió soldados armados para tomar cautivo a Pablo, quien en perfecto griego anunció su ciudadanía romana, su ciudad de origen y pidió permiso para hablar al pueblo en su defensa, en idioma hebreo.

Aseguró que fue designado por Dios para llevar el mensaje a los gentiles. Al escucharlo, la muchedumbre alborotada pidió su muerte. El tribuno no entendió el discurso hebreo, pero dedujo que Pablo era culpable de algún delito, y ordenó que fuera azotado.

El azote era una táctica para obtener respuestas del reo. El látigo tenía tres cuerdas: una de piel de buey y dos de piel de asno, secas y retorcidas. El extremo de cada cuerda llevaba una bola de plomo y a cada bola le adosaban trozos de hierro o de hueso, para aumentar el sufrimiento. La víctima era desnudada de la cintura para arriba, y atada a un poste con ambas manos unidas.

Los golpes eran tan lacerantes y brutales que las venas, los tendones y los músculos quedaban a la vista; algunas veces hasta los intestinos se salían al exterior. La ley de Moisés permitía un máximo de 40 latigazos; los judíos lo redujeron a 39 para no transgredir la ley si por error contaban mal.

Los ciudadanos romanos estaban exentos de ese castigo, aunque algunos gobernantes no respetaban ese privilegio y hacían azotar a los ciudadanos romanos de pueblos pequeños o provincias. Pablo defendió su derecho, y aclaró que no era de una provincia lejana sino de la gran ciudad de Tarso.

Ya estaba atado con correas para ser azotado cuando se declaró ciudadano romano, acusando al tribuno de abuso de poder, lo que podía costarle el puesto y ser encarcelado. El tribuno tuvo miedo.

Conoce tus derechos y hazlos respetar; quienes los violan se llenarán de miedo. Curzio Malaparte dijo: “El miedo hace a los hombres creer lo peor”.

Este miedo solo ataca a quien no está haciendo lo correcto. El gran privilegio como ciudadana del reino eterno es que no necesitas tener miedo.

ARSENIA FERNÁNDEZ-UCKELE es teóloga, educadora, especialista en familia y desarrollo infantil. Ha sido misionera en África, Cuba, Argentina, Venezuela y Colombia. Actualmente se desempeña como profesora de castellano en Toledo, Ohio. Es anciana y tesorera de su iglesia local. En su tiempo libre graba programas para la televisora local en Estados Unidos, Venezuela y varias emisoras cristianas. Predica y presenta seminarios en reuniones de damas.