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Náufragos

La cual fue subida a bordo y atada a la nave. Por temor a quedar varados en la arena, se arriaron las velas y la nave quedó a la deriva.

Hechos 27:17, RVC.

Pablo iba rumbo a Roma, pues valiéndose de su ciudadanía romana, había apelado al César para su juicio. En el viaje por mar se levantó una terrible tempestad que sacudió violentamente el barco y los dejó náufragos y a la deriva en el mar.

Pablo había aconsejado no continuar el viaje, pero el centurión creyó más en la experiencia del piloto y el capitán, quienes recomendaron seguir adelante, confiados en un viento del sur que los llevaría pronto hasta un nuevo puerto.

¡Cuántos naufragios en la vida nos evitaríamos si aprendiéramos a escuchar las advertencias de Dios y no solamente a los expertos! La experiencia se obtiene al tomar buenas decisiones, y se aprende a tomar buenas decisiones apegándose a la Palabra de Dios.

La tormenta arreció, y les impidió llegar al puerto deseado. Tuvieron que lanzar al agua parte del cargamento, incluyendo los comestibles para la tripulación y más de doscientos viajeros entre presos y guardias. Un viento huracanado que levantaba grandes olas peligrosas lanzó la nave hacia el suroeste, y fue imposible hacerla cambiar de rumbo.

En ese entonces no existían brújulas de dirección para los barcos; se dirigían de día por el sol y de noche por las estrellas. La tormenta impedía percibir cualquier dirección, de modo que se abandonaron a la deriva, hacia donde el viento los llevara.

Durante catorce días fueron llevados a la deriva bajo un cielo sin sol y sin estrellas. El apóstol, aunque sufría físicamente, tenía palabras de esperanza para la hora más negra, y tendía una mano de ayuda en toda emergencia. Se aferraba por la fe del brazo del Poder Infinito, y su corazón se apoyaba en Dios.

No tenía temores por sí mismo; sabía que Dios lo preservaría para testificar en Roma a favor de la verdad de Cristo. Pero su corazón se conmovía de lástima por las pobres almas que lo rodeaban, pecaminosas, degradadas, y sin preparación para la muerte.

Al suplicar fervientemente a Dios que les perdonara la vida, se le reveló que esto se había concedido (HAp, pp. 364, 365).Hemos sido náufragos en este mundo durante mucho tiempo. Estamos a la deriva en un mar embravecido por el mismo Satanás.

Una tormenta sigue a otra sin intervalo de paz. Pero contamos con nuestra brújula celestial: nuestra fe en Dios. Sigamos confiadas, que el piloto es Jesús, y nos mantendrá a flote hasta llegar a puerto seguro.

ARSENIA FERNÁNDEZ-UCKELE es teóloga, educadora, especialista en familia y desarrollo infantil. Ha sido misionera en África, Cuba, Argentina, Venezuela y Colombia. Actualmente se desempeña como profesora de castellano en Toledo, Ohio. Es anciana y tesorera de su iglesia local. En su tiempo libre graba programas para la televisora local en Estados Unidos, Venezuela y varias emisoras cristianas. Predica y presenta seminarios en reuniones de damas.