Someteos unos a otros en el temor de Dios.
Efesios 5:21.
La expresión “unos a otros” se encuentra unas cuarenta veces en el Nuevo Testamento, dependiendo de la versión. Estas referencias podrían ser divididas entre lo que debemos hacer unos a otros y lo que no debemos hacer.
Entre lo que debemos hacer unos por otros se encuentra: amarse, abrazarse, ser miembro, aceptarse, amonestarse, preocuparse, saludarse, servirse, considerarse, someterse, tolerarse, perdonarse, animarse, compadecerse, confesarse, orar, y hospedarse. Lo que deberíamos evitar hacer unos a otros incluye: juzgarse, apasionarse, privarse, irritarse, envidiarse, mentirse, y pagar mal por mal.
¡Es una hermosa lista de responsabilidades! Varias se mencionan más de una vez, y la que se nombra más es amarse unos a otros, ¡Doce veces! ¿Cuál de ellas te es más difícil practicar? Cuando hago esta pregunta, a menudo me responden que someterse es la más difícil. “Igualmente jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Ped. 5:5).
Para someterte necesitas ser humilde. “Someterse” es una palabra amenazante para muchas esposas. Resulta imposible someterse a un esposo abusador y violento, pero sumisión no es ser servil.
Es una actitud de humildad y consideración mutua, que no posees en forma natural, sino que la da el Espíritu Santo morando en ti (Efe. 5:18). La sumisión bíblica está dentro del contexto del temor a Dios. Tu respeto por el Eterno traza una línea que demarca dónde empieza y dónde termina tu sumisión. Cuando tu sumisión pone en peligro tu obediencia y temor a Dios, es necesario que elijas lo segundo.
La sumisión en las relaciones humanas no es absoluta e incuestionable. En el temor de Dios la sumisión demanda respeto, dignidad y amor mutuo, y es voluntaria. No pierdes la esencia de tu vida. Jesús siguió siendo uno con el Padre cuando se humilló a sí mismo. El propósito final de la humillación es la exaltación (Sant. 1:9): Dios Padre exaltó a Dios Hijo después de su humillación (Fil. 2:8, 9).
La persona que se exalta a sí misma es humillada (Sal. 147:6), pero la persona humilde termina siendo honrada (Prov. 15:33). Dios recompensa a los humildes y sumisos: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Sant. 4:10). La sumisión se da en el marco del temor a Dios.
“Cuántos problemas, sufrimientos e infelicidad se economizarían los seres humanos, si continuaran cultivando la consideración y la atención, si siguieran pronunciando las palabras amables y de aprecio. […] ¡Cuánta miseria evitarían las familias!” (CDCD, p. 333).