Pero mi pueblo no oyó mi voz e Israel no me quiso a mí. Por eso los dejé a la dureza de su corazón, y caminaron en sus propios consejos.
Salmo 81:11, 12
Una de las diferencias entre Dios y Satanás es la forma en que tratan a los seres humanos. Si las comparamos a la luz de la Biblia, veremos que Satanás usa la mentira, mientras que Dios nunca miente; el enemigo tienta, mientras que Dios, sí, nos prueba, pero nunca nos tienta; Satanás destruye, mientras que Dios salva; el diablo esclaviza, pero Dios respeta el libre albedrío. Si se te impidiera pensar por ti mismo y vivir de acuerdo con tu conciencia, se te estaría quitando tu dignidad y reduciéndote a un mero autómata.
Imaginemos que Dios decidiera obligar a las personas a creer en él, a obedecerlñ o a amarlo. El mundo sería entonces un completo infierno, porque estaríamos bajo el control de un tirano insoportable y sin la más mínima posibilidad de encontrar solución ¡por toda la eternidad! No existiría Satanás, porque él también hubiera sido obligado a obedecer a Dios.
Pero nuestro Dios no es así, Dios no hace eso. La única relación que desea tener con nosotros es una relación basada en el amor. Por eso, en el Salmo 81, Dios se lamenta de que Israel no quiso mantener esa relación con él. Piensa por un momento en lo siguiente: si Dios quisiera, podría hacer lo que deseara, así que, podría haber hecho que su pueblo lo amara, lo escuchara y lo obedeciera sin importar lo que pensaran de él. Pero Dios sabe que el amor no se impone, no se establece a la fuerza, por eso dice: “Los dejé que actuaran de acuerdo con su corazón y con sus propias ideas, basadas en consejos muy distantes de mi palabra y mi voz”. Esto es amor del más puro.
Para Dios debe de ser duro pensar que nos creó, nos salvó y nos mantiene vivos, y comprobar que su pueblo no lo quiere, que tienen otras ideas distintas de las suyas, que siguen caminos cada vez más alejados de él. Y a pesar de ello, Dios no nos obliga, no nos impone, sino que nos deja libres. Esto no quiere decir que sea neutral o que no le importe, sino que respeta la dignidad con la que nos creó. Nunca nos tratará como si no pudiéramos pensar y tomar decisiones por nosotros mismos.
Dios nunca nos esclavizará. Prefiere sufrir el dolor de nuestro rechazo, que imponernos su poder y convertirnos en esclavos. Sencillamente, porque así es él.