Entonces intentaban prenderlo; pero ninguno le echó mano, porque aún no había llegado su hora.
Juan 7: 30
Durante el tiempo que Jesús desempeñó su ministerio terrenal, en repetidas ocasiones los principales sacerdotes, escribas y fariseos, y aun el mismo pueblo, intentó hacerlo desaparecer.
El odio del enemigo proyectado hacia Jesús a través de esos agentes humanos tenía el objetivo de hacer fracasar y truncar el plan de salvación. En todas las situaciones presentadas, nuestro amado Maestro salió sin miedo en medio de ellos. No sabemos a ciencia cierta cómo lo hacía, lo cierto es que, debido a que no había llegado su hora, su Padre lo libraba de la muerte.
La muerte no es un proceso para el que estemos preparadas y nadie en el pleno uso de sus facultades quiere morir. Con frecuencia, en las mentes femeninas circulan ideas dañinas cuando el esposo no llega en el tiempo acordado después de un largo viaje, o cuando ha pasado la hora de llegada de sus hijos de la escuela; la mente teme lo peor. Quizás también estamos preocupadas por nuestra propia hora de muerte. En este mundo cada vez más inseguro, podría ser natural que esos temores nazcan en nuestros corazones; sin embargo, hoy quiero dejar paz en tu corazón.
Nuestras vidas son valiosas ante el Padre celestial y solo él puede determinar cuándo será nuestro momento de ir al descanso. Si aún no hemos completado nuestra misión por la cual nacimos, entonces todavía no es la hora. Aunque el enemigo lance sus más atroces dardos de fuego, de dolor, de sufrimiento en nuestra vida, tengamos la certeza que no será él quien determine nuestra existencia. Mientras tengamos vida, procuremos prepararla cada mañana, aprendamos a ser mejores hijas de Dios y a estar en paz con todos en la medida que sea posible.
Finalmente, cuando el tiempo se había cumplido, aquellos hombres pudieron completar su cometido, pero no fue por sus habilidades y sus planes bien trazados, sino porque Jesús había completado su ministerio en esta tierra. Su tiempo había terminado, y aunque sintió miedo ante la muerte como cualquier ser humano, aceptó la voluntad de su Padre.
Querida amiga, la buena noticia es que así como Jesús resucitó, nosotras y nuestros amados también despertaremos del sueño de la muerte. No nos preocupemos por el cómo, el cuándo o el dónde, sino estemos listas para que nuestros nombres se hallen en el libro de los que escucharemos la voz del Rey que dirá: «Despertaos los que dormís en el Señor y levantaos».