Me es necesario hacer las obras del que me envió, mientras dura el día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar.
Juan 9: 4
Jesús veía su tarea como una necesidad moral, inspirada por Dios, un noble derecho y un importante deber. Contrariamente a que algunos proponen, la Biblia no enseña que el trabajo sea una maldición, resultado del castigo divino por el pecado de nuestros primeros padres. Muestra, al contrario, el trabajo como parte del proyecto ideal para la realización del ser humano y como instrumento necesario para la humanización del mundo y la conservación de la naturaleza.
Por eso el trabajo ya existía como ocupación de Adán antes de su caída y sigue existiendo en las descripciones más idílicas de la tierra renovada (Isa. 2: 4; Amós 9: 13). La maldición acarreada por la transgresión de las leyes divinas (Gén. 3: 17-19) no es el trabajo, sino su carácter penoso, el sufrimiento que a veces conlleva. Los seres humanos no necesitamos que nadie nos maldiga para convertir nuestra vida y la de nuestros semejantes en un valle de lágrimas. Nos bastamos y sobramos para transformar las condiciones laborales propias y ajenas en un verdadero infierno.
El ejemplo de Jesús nos muestra que cualquier tarea realizada con abnegación y generosidad en beneficio de otros es susceptible de ser dignificada hasta el punto de participar, a través del servicio, en una obra de redención.
Los discípulos de Jesús, en sus epístolas, desarrollan una verdadera «teología del trabajo» como derecho y deber. «El que no quiera trabajar tampoco coma», dirá el apóstol Pablo (2 Tes. 3: 10). Un trabajo adaptado a cada uno según su capacidad (Ecle. 9: 10), retribuido con un justo salario (1 Tim. 5: 8; Sant. 5: 4) y realizado en un espíritu de cooperación y solidaridad (Efe. 4: 28). Pablo insistirá en la igualdad radical ante Dios de todos los hombres, mencionando explícitamente la tristemente clásica división entre patronos y obreros: «En Cristo no hay […] siervo ni libre […], porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gál. 3: 28).
El Maestro y sus discípulos nos han dejado un hermoso ejemplo para el ejercicio de nuestras tareas con vistas a un mundo más solidario y mejor. Nos han enseñado a ver grandeza en quienes ponen el servicio por encima del lucro: desde los más ignorados panaderos que se levantan de madrugada para preparar «el pan nuestro de cada día» hasta los más anónimos sanitarios que arriesgan su vida por nuestra salud en la peligrosa lucha contra las enfermedades.
Señor, hoy deseo trabajar agradecido del privilegio de que disfruto de poder hacerlo con gozo.
CON JESÚS HOY.