¡Alzad, puertas, vuestras cabezas! ¡Alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria! ¿Quién es este Rey de gloria? ¡Es Jehová de los ejércitos! ¡Él es el Rey de gloria!
Salmos 24: 9-10
Durante aproximadamente nueve horas, los soldados lucharon comandados por su emperador Napoleón Bonaparte, y el triunfo sobre el ejército Ruso-Austríaco fue definitivo. Para conmemorar aquella victoria histórica, Napoleón mandó a construir un monumento de los más célebres del mundo, conocido como el «Arco del Triunfo», ya que había prometido a sus soldados que volverían a casa bajo arcos triunfales. Marchar por debajo de tan majestuoso arco debió ser una experiencia inigualable en la vida de cada uno de aquellos hombres que habían luchado por su querida tierra de Francia.
Esto me hace pensar en la escena sublime de aquella entrada triunfal al cielo, cuando el Emperador más grande de toda la historia regresó a su patria. Había sido una batalla a muerte, pero él había salido victorioso. Sus ángeles lo esperaban con alegría desbordante para dar el grito de victoria de su máximo Comandante. Jesús por fin tenía de vuelta el territorio del universo que el pecado le había arrebatado: el planeta tierra.
Ahora a nosotros se nos presenta una batalla cada vez más recia. El enemigo arma estrategias cada vez más certeras que dan en el blanco de algunas vidas debilitadas. Sin embargo, no debemos olvidar que la lucha entre el bien y el mal está llegando a su fin; solo debemos resistir un poco más, solo un poco más y veremos concluido el pecado para siempre. La buena noticia es que no peleamos solas en esta guerra, Dios va al frente de tu vida y la mía. Él es nuestro General y nos ha provisto una armadura que, de usarla, no hay motivos por los cuales temer. La victoria es nuestra, no desistas.
La próxima vez que Jesús cruce el «Arco del Triunfo» ya no lo hará solo, sino que entraremos con él todos los que hayamos acabado la buena batalla de la fe y hayamos sido hallados fieles. Será incontable la multitud que cantará con júbilo el himno del Cordero. Heridas, cansadas, quizás ensangrentadas y sin fuerzas, pero hemos de pasar aquella puerta triunfantes y victoriosas. Yo anhelo estar en ese grupo, ¿y tú?