Categories

Archivos

Más esperanzadas que Juana la loca

Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.

1 Tesalonicenses 4: 13

Pasados ocho días de agonía, don Felipe perdió la batalla contra la fiebre y murió. Juana, su esposa, la reina de Burgos, lo hizo embalsamar, más no permitió que lo enterraran, sino que ordenó que se enviara a un monasterio. Desde entonces llevaba colgada en su cuello la llave del ataúd y de vez en cuando iba a visitar a don Felipe «el Hermoso» como fuera conocido, pero no quedaba de él, más que harapos y hedor. Debido a un brote de epidemia en la ciudad, la corte decidió trasladarse a otro lugar, pero doña Juana no quería dejar el cuerpo de su esposo.

Poco después fue convencida de abandonar la ciudad; sin embargo, lo hizo trasladando el cuerpo inerte con ella. Los hombres que cargaban el féretro tenían que ser reemplazados constantemente, ya que la pestilencia del cuerpo descompuesto era insoportable. Pero, ¿por qué la reina no quiso enterrar a su esposo y mucho menos dejarlo en la otra ciudad? Sus contemporáneos solían decir que doña Juana tenía la firme creencia que su esposo había sido embrujado y que su muerte era temporal, por lo que algún día iba a despertar y ella no quería perderse ese momento. La esperanza que aguardaba la reina estaba basada en la ilusión y en la fantasía; sin embargo, firmemente ella la creía. Por aquello y otros comportamientos, fue llamada «Juana la loca».

¿Tú también crees que algún día resucitarán nuestros seres amados que la muerte nos ha arrebatado? Si tu respuesta es sí, déjame decirte que no estás loca. Nuestra esperanza sí tiene fundamento y no está basada en mitos ni vanas fantasías, sino que tiene su fundamento en aquella mañana, cuando un ángel dijo a Jesús que su Padre lo llamaba. Del sepulcro salió triunfante y con su victoria ha quedado sellada nuestra esperanza.

La buena noticia es que no necesitamos aguardar en los panteones a que esto suceda. No tenemos que vivir en dolor y angustia ni cargando con el mal olor que deja la tristeza. La mejor manera de estar preparadas para encontrarnos con nuestros amados, es trabajando fervientemente en el servicio fiel al Señor. Yo espero ansiosa ese momento cuando sea reunida con mis padres; los abrazaré muy fuerte y juntos volveremos a cantar. Y no, no soy «Sayli la loca».