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¡Fiat Voluntastua, Fiat Voluntastua!

Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.

Mateo 6: 10

A pesar de la insistencia de los expertos en que no debía zarpar, el emperador Carlos V de Alemania y I de España, comenzó el viaje hacia África con la intención de acabar con el poder berberisco.

Tal como estaba pronosticado, se levantó en el mar un terrible huracán que azotó y dejó por poco inservibles sus doscientas naves y en el que murieron ahogados varios de sus veinte mil hombres que con él iban. Relata el historiador Augusto Mignetque, que, durante la ruda tormenta, se paseaba Carlos V con su capa blanca entre sus hombres mientras se dirigía a Dios con las palabras «Fiat voluntastua, fiat voluntastua» que traducido al español quiere decir: «Hágase tu voluntad».

Sin piso firme, con las gruesas gotas cayendo sobre ti, con el viento que es más fuerte que tu nave, con algunas pero significativas pérdidas… ¿tendrías el valor de decirle a Dios, hágase tu voluntad? Quien ha estado en una situación similar sabe que en medio de la tormenta es difícil mantener una conversación con Dios de este tipo.

Cuando por mucho que te esfuerzas no ves una salida, cuando tratas de mirar hacia al frente y continuar, pero solo ves un futuro incierto, cuando no hay respuesta a tus interrogantes, ese es el momento indicado para ejercer tu fe. Es el mejor momento para dejar a Dios actuar y obrar verdaderos milagros en tu vida. Y el milagro más grande para las hijas de Dios es tener paz en medio de la tormenta.

Sabiendo el emperador Carlos V, por indicación de los pilotos, que las naves solo podrían resistir dos horas más en el mar, les dijo: «Tranquilizaos, que en media hora se levantarán todos los frailes y monjas de España a orar por nosotros».

Con la certeza de que alguien ora por ti, levántate esta mañana y dile al Señor: «¡Sea hecha tu voluntad!». El Señor ha oído desde su trono y antes de lo que esperas que tu barco zozobre, el milagro estará hecho. ¿Sabes por qué estoy segura? Porque soy testigo de que la voluntad de Dios nunca llega tarde, llega en el momento correcto. Y porque siendo él mismo el Capitán de tu barco, y el Dueño del mar, te hará llegar a un puerto seguro.