Tenía dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Penina tenía hijos, pero Ana no los tenía.
1 Samuel 1: 2
El hecho de que una mujer pudiera tener hijos propios en la antigüedad, era símbolo de haber recibido la bendición de Dios. Por otra parte, si no los tenía, la gente suponía que por algún pecado el Señor la había olvidado. Mucho hemos estudiado acerca de la fe de Ana y como Dios obró el milagro de abrir su vientre, pero hoy analizaremos la actitud de Penina.
El registro bíblico dice: «Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos. Así hacía cada año; cuando subía a la casa de Jehová, la irritaba así, por lo cual Ana lloraba y no comía» (1 Samuel 1:6-7). Cuando Elcana repartía la parte que correspondía para los sacrificios, Penina y todos sus hijos, que quizás eran diez, recibían una justa porción. Estaba claro que Elcana no olvidaba sus obligaciones para con su otra familia; sin embargo, Penina no era feliz. ¿Por qué digo esto?
Hay características que las personas felices suelen tener y que cualquiera que se cruce en su camino puede notarlas, pues no están fingiendo o aparentando, sino que viven un estilo de vida que se contagia. Contrario a esto, las personas infelices suelen actuar de forma dura y cruel, tal como lo hacía Penina con Ana. Esta mujer molestaba, entristecía y se burlaba de la que consideraba su rival más fuerte. No quiero imaginar lo que sucedió en esa casa cuando nació Samuel.
He visto incontables personas que, como Penina, han recibido bendiciones del cielo y aun así, no viven felices. Tienen un buen empleo, una familia, una casa, un auto, hijos y más; pero van por la vida molestando, entristeciendo y burlándose de las personas que consideran inferiores a ellos. No hay felicidad para estas personas que no logran llenar el vacío de su vida con nada de lo que reciben porque sus corazones están huecos.
Aprendamos a ser felices con lo que tenemos y no dejemos que ni una sola característica de Penina se asome en nuestra vida. Aprendamos a valorar las bendiciones únicas que Dios nos da y no olvidemos que Dios da un pago justo a cada una de nuestras acciones. ¿Qué pago quieres recibir de Dios?